De ciudadanos y duques

Hoy, 11 de septiembre, se cumplen cincuenta años del golpe de Estado de Pinochet que se llevó por delante al presidente electo Salvador Allende. ¡Medio siglo ya! La generación de estudiantes que llegamos a la universidad ese año -hermanos menores de los que vibraron con el mayo francés- quedó marcada por aquel acontecimiento vandálico. Porque, además, pocos años después, en 1976, la canalla militar se hizo con el poder en Argentina. En Brasil y Uruguay mandaban los espadones desde hacía años.

Hasta la España que peleaba a su manera por la caída de Franco, comenzaron a llegar miles de exiliados desde aquellos países a partir del 76 y 77. Argentinos, chilenos, uruguayos… Franco murió y los nudos con los que dejó atada y bien atada España comenzaban a deshacerse. De alguna manera, nuestro despertar democrático lo compartimos con las desdichas de aquellos exiliados. Aquella “adoración” por Fidel Castro, sin embargo, comenzó a decaer. Los jóvenes demócratas españoles se fijaron más en las atrocidades en el Cono Sur que en las verbosidades antiimperialistas del señor Castro. Y aquel espadón de Pinochet que vimos en España cuando acudió a los funerales de Franco -enorme capa militar gris de vampiro, como ayer mismo lo presentó el director de cine chileno Pablo Larraín en su última película, El Conde– aguantó en el poder hasta 1990, saliendo del Palacio de la Moneda de forma pactada, rara manera de acabar un dictador.

Claro que, aparte de un calvario de tumbas, había dejado plantada una fértil nava de empresarios ya en plena sazón. Eran alumnos muy aplicados de la Escuela de Chicago, los llamados Chicago Boys. En Chile, habían crecido los primeros frutos del que luego se llamaría ultraliberalismo, o la práctica del capitalismo más crudo desde el siglo XIX. Aquello que los norteamericanos no se atrevieron a realizar en su país, lo probaron en su periferia latinoamericana empezando por el Chile de Pinochet. Ultraliberales económicos de la mano de militares fascistas comenzaron a llevar a la práctica un capitalismo rampante, que conduce a una desigualdad enorme oculta en sus inicios gracias al brillo y la pompa de su enorme crecimiento y a ese empoderamiento cegador que solo pueden crear las luces de los casinos donde se juega. Capitalismo que pronto se hace dueño del mundo: el milagro de Milton Friedman y Augusto Pinochet.

Desde aquellos entonces, ese caminar de la mano la economía y la democracia -o no hay buena economía sin democracia- empieza a deshilacharse. La democracia ya no es necesaria para que exista un crecimiento económico grande y un mundo de ciudadanos consumidores creciente y feliz.

Ese divorcio fue ensanchando con gran rapidez. Hoy es tan enorme como los océanos. Hasta los chinos lo han hecho suyo. Lo importante es crecer y crecer sin trabas y en el menor tiempo posible. La riqueza al alcance de quien más se esfuerce, el que mejores ideas tenga, el más perseverante, quien encuentre antes los atajos, aquel que se haga con los mejores guerreros mercenarios al sol y sobre todo en la sombra.

 

«Los bárbaros se despliegan por nuestras naciones sin oposición».

 

Ahora, puede que como continuación natural de esta cabalgada sin control por el oro, ese fenomenal despliegue que ha llevado al mundo a un punto de ultra consumo y confusión inéditos en nuestra historia, crece, además, a través de las mafias. El dinero sin límite, sin padre ni madre,  fruto de la droga, las armas, la prostitución, la trata y mil lacras más bajo las letrinas, se hace fuerte en nuestras economías y sociedades de manera creciente y alarmante. Y no crece solo en esos países-espejo que permanentemente se nos refleja desde México, Colombia, Ecuador o también Afganistán, Turquía…., sino instalado en la misma Europa. En el diario El País de ayer, Sol Gallego se refiere a este tema centrado en el caso de Holanda, y escribe: “Los delincuentes ocultan deliberadamente sus actividades utilizando las oportunidades que les brinda su entorno social, incluidos los servicios proporcionados por intermediarios profesionales como abogados, asesores financieros y otros en un entorno social regular y lícito”.

Sí, la ingeniería financiera hace milagros. Ellos también, cómo no, son ciudadanos como cualquier otro; tienen derecho a exhibir sus grandes yates y mansiones; a disponer de notoriedad social, no van a estar escondidos a perpetuidad entre rocas millonarias y boscosas de las costas mediterráneas; en refugios dorados hincados en islas-paraíso perdidas  y muchos menos en camarotes de oro clandestinos radicados en ciudades como Londres, París, Hamburgo, Zúrich y hasta Rotterdam.

Se deben de reír a carcajadas de los gobiernos, empresarios, líderes sociales y culturales, y hasta de las policías, que aún les mantienen el veto. Estos buscan setas; ellos siempre Rolex.

Bailando al ritmo y son que impone una cierta música de terror y diamantes, como enajenados, el reducto de países europeos que todavía luchan por la pervivencia de sus democracias, aunque estén bien ajadas, se despelleja al mantener batallas políticas enormes en base a quimeras tan antiguas como el nacionalismo, la izquierda y la derecha, el Estado del bienestar moderno o el pastoril de zurrón y garrote que ya nos atiza, mientras la nueva camada de bárbaros, que regala oros y pistolas, se despliega por nuestras naciones sin apenas oposición.

 

«Sánchez no podrá esgrimir que desconocía el terreno».

 

La batalla política que mantiene España desde la crisis económica de 2008 para acá, tiene bastante que ver con esta cruel realidad. Somos tan descerebrados que, cuando hay una mínima ocasión para que todo descarrile por la derecha o extrema derecha, vienen los nacionalistas catalanes de Puigdemont, más debilitados que nunca pero con la carta en la mano que completa la escalera de color ganadora, a exigir amnistía para sus desmanes y un referéndum para proclamar la independencia de España.

Pedro Sánchez y el país al completo lo tienen crudo. Mas, por azar o quizás fruto de una táctica estudiada, dispone de un tiempo más que suficiente para no equivocarse en sus decisiones. Un mes, dos meses, tres meses para macerar la carne del búfalo viejo o permitir que le arrolle porque no supo o pudo aplacar su fiereza y determinación.

Curiosamente, lo bueno de esta situación para él es que se están desnudando todos, incluidos los militantes de su partido y sus mayores santones como Alfonso Guerra, que se ha apropiado de la Transición como Moisés hizo de las Tablas de la Ley. Fuera del espíritu, hechos y memoria de la Transición no existe nada. Y sus votantes también deshojan margaritas. Haga lo que haga al final, lo vista como lo vista, decisión personal o colectiva del partido, y más allá del azar que no es patrimonio de nadie, no podrá esgrimir que desconocía el terreno.

Esto no va de valientes u osados, sino de inteligencia política y mesura. Aunque Pedro Sánchez se encuentre con que solo tiene una mínima grieta por la que salir, lo difícil es encontrarla. Porque el nuevo desafío que debe superar con su partido no es un dèjà vu. Se parece solo muy pálidamente a la Mesa de Diálogo con ERC y los indultos. En esta ocasión además, bajo sus pies y los de todos, se mueve el malestar de un país inquieto. Seguro que ha llamado a sus más sensatos y mejores peones para el caso, pero quien decidirá al cabo será solo él.

Está ante un nuevo dilema shakespeariano: el poder o la patria, duques o ciudadanos.

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