
Pasamos por unos días de intensa y muy loca actividad política. La derecha, que ve imposible retomar la Moncloa, se ha vuelto histérica y acolmilla en todas direcciones. Y en el asaeteado PSOE de Pedro Sánchez – “que rompe España para mantenerse en el poder”- despiertan de su silencio jubilar algunos de sus más señalados dinosaurios, alarmados al rechinarles en su modorra tan grave denuncia. Un caótico Feijóo -portavoz mudable y contradictorio de un PP descoyuntado y en alarma- ha olvidado en la refriega que él mismo atiza su condición de candidato nominado por el Jefe del Estado para la investidura como Jefe de Gobierno, y se emplea como líder de la oposición contra Pedro Sánchez, a quien atribuye de facto su propia condición. Que el dirigente socialista haya anunciado -y gestione con preocupante discreción- un diálogo con los nacionalistas vascos y catalanes, a fin de obtener su apoyo, que incluye el planteamiento de una posible amnistía o indulto para los imputados y/o condenados del procès y otros acuerdos que conduzcan al “encaje de Cataluña”, los lleva de nuevo a recuperar su más querido alarido: “Los socialistas rompen España”.
Pero también la algarada política y mediática remueve en su butacón de discreto reposo y lecturas variadas a algunos ex dirigentes socialistas siempre atentos, décadas después de estar apartados del gobierno, a observar cómo se equivocan sus sucesores. Se conocen desde hace años las voces críticas reiterativas de algunos, pongamos que José Luis Corcuera, fiel tertuliano en foros de la extrema derecha mediática; o esporádicas pero muy señaladas de Alfonso Guerra. En torno a ellos, por delante o detrás, un pequeño pero muy considerado grupete de llamados guerristas, pongamos como ejemplo a Juan Carlos Rodríguez Ibarra. También los hubo que se lanzaron a los micrófonos con palabras muy dolidas durante años para narrar su mala experiencia con los socialistas. Recuerdo ahora a la exministra Cristina Alberdi. Y además están los eternos socialistas -menudean los vascos- que en realidad viven -o vivieron- de discrepar de manera sistemática y en público de las posiciones de su partido o del gobierno socialista. Entre estos fue celebre Rosa Díez, eurodiputada socialista y látigo permanente de Rodríguez Zapatero. Y en la última década, y más atrás en el tiempo, Joaquín Leguina y Nicolás Redondo hijo. Sus críticas, muy duras en ocasiones y profusamente difundidas por los medios de la derecha y no solo por ellos, han llegado de manera puntual y en especial en los momentos más críticos para su partido.
Leguina ya fue expulsado del PSOE y ahora llegó la hora de Nicolás Redondo. La derecha y sus medios han criticado duramente esta decisión precisamente cuando el ex dirigente socialista vasco coincide totalmente con la posición del PP ante las negociaciones del PSOE con Junts, en las que entra en agenda un posible acuerdo para la amnistía. Pero lo que más llama la atención es cómo ha respondido a la determinación de la dirección de su partido, en este caso, Felipe González: “Su padre me convocó una huelga y no se me ocurrió expulsarlo”. Calla, claro, que no expulsó a Nicolás padre, entre otras razones de menor peso, porque la respuesta que habría recibido de la UGT le habría hecho un roto de impensables magnitudes al PSOE.
«Sánchez vuelve a cometer el grave error de callar».
De todas maneras, lo más explosivo de este brote de despecho de los abuelos socialistas quizás esté por llegar. Se anuncia para el día 20 de este mes la presentación en Madrid por Felipe González de un nuevo libro de Alfonso Guerra. Se rifan invitaciones. Juntos después de casi tres décadas de distanciamiento. Uno en Sevilla, en Madrid el otro; y ningún interés por saludarse. Sólo en los últimos meses se han cruzado miradas y algunas palabras. La militancia socialista está atónita y no pocos muy irritados. No son buenos tiempos para su partido y el gobierno, sostienen. La inmensa mayoría tiene a Pedro Sánchez como un enorme batallador y un gran presidente. En estos momentos muy difíciles, desearía el apoyo y no el despecho de Felipe González.
Claro que una vez más, el presidente Sánchez vuelve a cometer el grave error de callar durante semanas tras provocar un debate fenomenal que arroja críticas muy severas contra él y su gobierno. Críticas tan tremendas como que negocia la ruptura de España con el demonio Puigdemont, al que amnistía con otros mil para mantenerse en la Moncloa. Le ocurrió algo parecido cuando aproximó la posición de España sobre el Sáhara a las tesis de Marruecos. Entonces, se mantuvo hasta tres semanas sin dar explicaciones públicas sobre los motivos de su decisión y las consecuencias que tendría, en tanto se incendiaba el debate político. Ahora ocurre algo parecido. ¿Cómo es posible que se anuncie -o simplemente se filtre- que se habla de un asunto tan explosivo llamado amnistía para Puigdemont y todos los hombres del procès, y por toda respuesta el gobierno diga que esperemos a ver cómo terminan las conversaciones una vez pasado el debate de investidura de Feijóo? El tema, quién lo duda, es peliagudo. Pero precisamente por ello, debe ser atendido públicamente con tino acertado y mayor determinación que los arriesgados balbuceos de esperar y ver.
Algunos expertos en comunicación política, asombrados por la actitud del gobierno en un caso que le incinera y lleva a la alerta y alta preocupación a buena parte de su militancia y votantes, comentan que la situación solo tiene una lectura que beneficia al gobierno. La alarma encendida es de tal volumen que no solo asusta a militantes, simpatizantes y electores de la izquierda (y no digamos a la derecha y extrema derecha), sino también a los propios nacionalistas catalanes, “que podrían estar pensando que por ambicionarlo todo se queden sin nada”.