No le ha ido bien a nuestro gobierno en la cumbre celebrada la semana pasada en Rabat con el Ejecutivo del reino de Marruecos. Aunque tampoco se podría decir que le fue mal. El tropiezo del último momento – Mohamed VI no acude a la cita, que se arregla con una conversación telefónica con el presidente español – desinfló el buen ánimo con el que partían los ministros españoles. Pedro Sánchez se tragó un sapo que a buen seguro no ha digerido bien. Una visita institucional de alto rango a Marruecos sin la presencia de su actual rey pareciera que fuera a concluir en nada, un viaje baldío. Pero no siempre es así. En realidad, el rey alauita casi nunca está en Marruecos.
Ocurre que el reino de Marruecos tiene tomada la medida a España, y a Francia también. Y en los últimos tiempos, se emplea con intensa determinación en trabajar sobre las instituciones europeas también, pues la Unión Europea (UE) entiende cada vez más de los asuntos que más le interesan, dado que los poderes tradicionales de los Estados comunitarios migran hacia Bruselas. Así que la sombra de Rabat, sin ir más lejos, aparece en los sobornos a parlamentarios europeos que buscarían auxiliarle en esa institución comunitaria – con no demasiado poder real, es verdad, pero sí con una caja enorme de resonancia política-.
Marruecos ha sido siempre, desde mucho antes de ser el Estado moderno presente, un problema permanente para España, una piedra en el zapato de nuestra diplomacia, una amenaza en ocasiones y, siempre, un vecino vigilante y enfurruñado. Tiene sus razones fundadas en viejísimas reclamaciones territoriales: un Sáhara español pésimamente descolonizado; dos ciudades y varias islas e islotes reclamados como suyos – a pesar de ser españoles desde hace siglos, cuando Marruecos ni siquiera era un sueño de las dinastías bereberes-. Pero sus líderes sucesivos son perseverantes en las demandas territoriales, como tozuda y muy africanista fue siempre la posición de España. Menospreciar al moro ha sido liturgia de la política española durante siglos y credo popular remoto.
«Los españoles creemos que Marruecos nos estorba, pero no es cierto».
En esta situación de tensión, conflictos, malos momentos y otros no tanto estábamos, cuando se produce el giro histórico anunciado por el presidente Sánchez, que ha supuesto el cambio de posición española sobre el Sáhara al considerar la propuesta marroquí sobre su autonomía como la “base más seria, realista y creíble para la resolución del contencioso”. Su declaración llamó la atención en todo Occidente, agradó sobremanera al mundo islámico, sorprendió en España y conmocionó a los suyos. Claro que, en la callada, recibió el aplauso casi unánime del gotha de su partido y de las grandes cancillerías del mundo.
Algunos, los más crédulos, pensaron que las controversias con el vecino del sur se acabarían por largo tiempo, pero se equivocan. Se trata solo de un gran paso, para nada un fin, no hay meta a la vista. España sintoniza con Marruecos en la manera que tiene este país de abordar el contencioso con la República árabe saharaui, pero nada más; aunque también podría entenderse como nada menos. Marruecos es un punto geoestratégico vital para Occidente, a la vez que muro y puerta de África. Los españoles, sin embargo, creemos que el país vecino solo nos estorba, compromete y disputa con nosotros. No es cierto. Es la frontera física del hambre y las migraciones que caminan desde África hasta Europa; el vigilante armado del terrorismo islamista que se extiende desde Níger hasta el golfo de Guinea; tiene de su lado siempre a EEUU y una vocación irrefrenable para cooperar con Europa y no en otros escenarios geopolíticos.
Su juego de intereses es amplio y múltiple. Se despliega en nuestros contornos con sigilo y dirección de hierro en base a una ambición estratégica que va más allá de lo político, económico o militar. Marruecos busca desde su independencia un destino que, además de influencia y territorio, es un sueño que le lleva a reconocerse como el gran enlace entre África y Europa; el amigo eterno y más fiel de EEUU en África, y un protagonista principal en el diálogo árabe-israelí.
El cuento del Marruecos definido con torpeza como teocracia, eterna pobreza y emigración es solo eso: un cuento. Además de esas osamentas, dispone de músculos que determinan la estabilidad política en uno de los puntos más sensibles de un continente africano de tanta confusión, hambrunas, terrorismo en alza y lucha de potencias de nuevo. Crece y se moderniza, y bien pudiera ser en un futuro no lejano un foco de crecimiento económico; un sur industrial y productivo en conjunción con Europa.
«La nueva etapa que abre España con Marruecos es un primer gran paso».
El conflicto eterno que nos une al país africano confunde también nuestra mirada. Nuestros políticos y, en general, los medios de comunicación, así como nuestra diplomacia de cuello corto, no logran transmitirnos la realidad del país con el que nos encontramos, o topamos, a diario; un vecino tan presente como Francia o más en nuestra vida diaria y que aún continuamos observando con el prejuicio de nuestros abuelos. Si empezamos a olvidarnos del moro, observaremos otro país que continúa inquietando, sí, pero también atractivo; un país con el que es necesario hablar más con vocación de entenderse; una promesa futura y no el contratiempo eterno.
En todo caso, en los próximos años, la relación mutua continuará creciendo sin que desaparezca nuestro desasosiego y su desconfianza. Ellos tienen muy claro lo que buscan con nosotros, la Unión Europea y Occidente, África y el mundo islámico. ¿Podemos decir nosotros lo mismo respecto a ellos? En absoluto. Marruecos siempre se ha visto como problema o amenaza, casi nunca como promesa de cooperación y colaboración. ¿Tenemos conciencia de lo que se mueve más allá de la cordillera del Atlas? En absoluto. África es, para la mayoría de nosotros, hambre, negritud y fieras. Qué equivocados estamos. La nueva etapa que abre España con Marruecos es el primer gran paso que se da para empezar a entender a nuestro vecino como una oportunidad común.
¿Que la semana pasada Mohamed VI decidió quedarse en un remoto balneario del golfo de Guinea? Vale, lo inteligente es no darle mayor importancia de la que tiene. Además, no sorprende a estas alturas.