
Hace unos cinco años, me encontré en un restaurante de moda con un antiguo conocido futbolero y merengue. Un saludo afectuoso al paso. “¡Nos llamamos, nos llamamos!” Pasados unos días, me sorprendía con la noticia de que el Real Madrid se disponía a formar un equipo de fútbol femenino. “Esa liga comienza a tirar. Aparecen chicas muy interesantes, ambiciosas y esperanzadas. Las mujeres también quieren destacar en este deporte de machos narcisistas y brutos”.
Entonces, lo único que me sonaba a fútbol femenino era el Barcelona F.C. Sintonicé, curioso, Canal BarÇa. Vi algunos resúmenes de partidos de este club. Más lentas que los hombres, pero con mayor ambición y hambre de balón. Más sinceras. Seguí algunos partidos en diferido. Advertí coraje, disciplina táctica y no poca técnica. Un fútbol, claro, todavía pequeño, pero que me gustó ver. Más ímpetu y menos entradas truculentas. Pronto comenté a amigos/as y conocidos/as que merecía la pena que las vieran jugar, que se acercaran a ver algunos de sus partidos. No me hicieron ni puñetero caso. Ocurría algo parecido con los medios de comunicación, que ni siquiera atendían los requerimientos de sus arriesgados patrocinadores.
Los campos de la primera división, era cierto, aparecían casi vacíos. Quinientas personas, mil en ocasiones, y en un exceso, tres o cuatro mil espectadores. Pero las mujeres jugaban cada día mejor. Los triunfos del Barcelona FC y un Atlético de Madrid, temprano y pundonoroso, ayudaban. Pero a los palcos y otros lugares de preferencia no acudían ni los invitadísimos concejales de ramo; ni actores, ni siquiera influencers en la red. Los ministros, incluidos los de Cultura y Deporte, es posible que ni supieran de su existencia. Ellas, no obstante, insistían. Cada año aumentaban las jugadoras federadas y se multiplicaban las que crecían en habilidad, fuerza e inspiración sobre el césped.
«Han dado una lección al mundo».
El BarÇa llega a ganar nada menos que la Champions europea de fútbol femenino. Aquella hazaña sí, por fin, llama la atención de un público más amplio. La directiva de un BarÇa de hombres en crisis, qué remedio, saca pecho con los triunfos de sus chicas. Campeonas de la liga española y de la europea. Florentino, ya sí, qué remedio, lanza su equipo en el rectángulo verde más conocido del mundo. Pronto se dejan ver en los balconcillos principales de los estadios algunos altos cargos y otros famosetes. Las cámaras de televisión lanzan su ojo catódico sobre ellos. Y una radio, una noche de invierno y sin previo aviso, anuncia que hasta tenemos una selección nacional de chicas que apunta alto.
Y tanto que despuntó: en el segundo verano después de aquella noticia, vimos que un grupo de chicas españolas eran las campeonas del mundo de futbol. La mayoría de los españoles se enteraron de su existencia como todo el mundo: por televisión. Descubrimos junto con los nombres de Alexia Putellas, Olga Carmona, Aitana Bonmatí, Irene Paredes, Jenny Hermoso y una veintena más de seleccionadas, que existían también decenas de miles de jóvenes que se esfuerzan y sueñan ser un día como ellas. Las descubrimos justo en el mismo momento en el que, además, sorprendieron a España y a medio mundo con una bomba de dos palabras: ¡SE ACABÓ!
La gloria y la repulsa en el mismo instante. Llama la atención del mundo un fútbol ganador, bonito y brioso, lleno de pundonor y alma competitiva en el mismo momento en que un australopiteco, jefe de todo eso que llaman Federación Española de Fútbol, atrapa con sus manazas nerviosas y su boca de rebuzno a la bella jugadora con el beso más repugnante de la historia del deporte. Sin permiso, ante decenas de millones de televidentes, ante el estupor de medio mundo y la vergüenza de una reina.
¿Qué nos descubre esa agresión? Años de dominación, de postergación, de ninguneo y engaños de la federación de fútbol macho sobre sus federadas mujeres, incluidas las mejores del mundo. Su respuesta viene siendo memorable. Un ¡SE ACABÓ! seco y definitivo dirigido al machismo dominador por parte de unas jóvenes a las que nunca antes se les oyó una queja (aunque ahora sabemos que hubo demasiadas lágrimas) y que hoy defienden su condición y dignidad con la seguridad y la fuerza que les da saber que persiguen la causa más justa.
Han dado una lección al mundo sin necesidad de campañas de prensa, sin levantar la voz; sin dramas y gesticulaciones; firmes y discretas todas cantando en un coro de justicia que no tuvo ni guionista ni director. Fue un reventón. ¡SE ACABÓ! La mujer gana una nueva batalla cuyo botín de derechos se derramará sobre un colectivo inmenso sin otro nombre o renombre que el de ellas.
P.D.- Cuando sucede el desenlace victorioso ante este atropello, otro hombre del pasado, Alfonso Guerra, se va de peluquerías. Otro prediluviano que no se ha enterado que las mujeres, con un monumental esfuerzo, están saliendo de su eterna Edad del Hielo.