
La revelación de conversaciones vía WhatsApp entre protagonistas capitales de la trama popular en el caso Kitchen (anular las pruebas de Bárcenas) -“mensajes que avergüenzan”, ha escrito la veterana periodista Sol Gallego-Díaz- viene siendo arrinconada los últimos días por el alud mediático (barro escandaloso y cutre de putas, coimas y reuniones lacerantes de sus protagonistas en el Congreso de los Diputados) por la infladísima historia de un tal Tito Berni y su acusador, un tal Tacoronte, también llamado ‘el Mediador’, golfante de medio pelo, que acude para denunciar al ex diputado de Fuerteventura quién sabe por qué razón y en beneficio de quiénes. Esta es la enorme fuerza mediática de la derecha española, que nunca decayó en democracia y que en ocasiones se impone con la fuerza arrasadora del simún.
Las últimas dos semanas del Gobierno se vienen desarrollando con parecida furia mediática y política a las sucedidas tras la funesta carnicería de inmigrantes subsaharianos ocurrida en la frontera entre Melilla y Marruecos. Aquel inmenso drama con decenas de muertos dio aliento y argumentos a toda la oposición al PSOE, que en ocasiones pone de acuerdo todas las fuerzas políticas parlamentarias para atacarlo, incluida la que se sienta con ellos en el Consejo de Ministros, es decir: Unidas Podemos. El acoso fue fenomenal. El ministro del Interior, Grande Marlaska, estuvo al borde de la dimisión y el volantazo diplomático de Pedro Sánchez en nuestras relaciones con Marruecos, más rechazado que nunca: Marruecos había engañado de nuevo a los socialistas. Finalmente, la Audiencia Nacional, que no vio responsabilidad penal en la actuación de las fuerzas del orden y los principales responsables de Interior, acabó por apagar aquel enorme incendio político. La supuesta corrupción de un tal Tito Berni trae consecuencias parecidas.
Al acoso mayúsculo de los últimos días que sufren Pedro Sánchez y los socialistas se unen circunstancias incluso de mayor calado y sonoridad que las habidas como consecuencia de aquella matanza de desesperados en la frontera. La grieta que distancia a los socialistas en el Gobierno de sus colegas de UP en el Consejo de Ministros se hace socavón que parece estar llamando a una pronta ruptura entre ambos partidos. Y, para colmo, el bombazo de la salida de España de la empresa Ferrovial acaba por hacer estallar los nervios de un gobierno en apuros; un presidente de nuevo en las cuerdas del ring de la política. La lectura única que hace la oposición de la derecha múltiple, sin embargo, no varía en los últimos cinco años: el responsable de todo es Pedro Sánchez. Sin embargo, España camina en numerosos aspectos mejor que buena parte de los países comunitarios, pero no nos engañemos, aquí manda un dictador.
«Mal augurio para el partido de la rosa».
El presidente del PP, Núñez Feijóo, puede que sea un líder un tanto flojo y hasta bisoño, si bien lleva mil años en política, pero la derecha política que representa y las otras que con tanta determinación le apoyan, no lo son tanto y se han hecho dueñas del ruido político que ensordece a España. En un año electoral tan crucial, están consiguiendo que el “mal cuerpo” de todo un país sea responsabilidad exclusiva del presidente del Gobierno, al que apoyan todos los partidos de la anti España. Mal augurio para el partido de la rosa en el inicio de un año decisivo.
Claro que no todo es tan simple. Pedro Sánchez no está ya cazado. De entrada, el Gobierno y su partido no responden en esta ocasión como lo hicieran en otras circunstancias agudas. Compite con determinación y palabras rotundas. También con hechos: el diputado en cuestión salió del Congreso de los Diputados de manera fulminante y expedientado como militante. Poco que ver con actuaciones anteriores en casos parecidos. Digamos que los ERE. En este asunto se dejaron vencer desde el principio, su única respuesta fue un largo silencio y la proclamación permanente de su confianza en la justicia. Ahora anuncian querellas contra posibles difamadores y parecen haber entrado a faenar y competir en esas espesas dársenas de la política donde el arma de los cachalotes es la pluma y la palabra que siempre ofende. De igual manera se emplea con la anunciada salida de España de la empresa Ferrovial. El presidente del Gobierno, sus ministros y los portavoces del PSOE manifiestan su repulsa furiosa incluso y hacen suyas sospechas sin tapujos. Con seguridad no conseguirán que el presidente de la multinacional, Del Pino, abandone su decisión largamente madurada en su ambición por pagar siempre menos impuestos, pero acaso le sirvan para profundizar en su discurso claramente socialdemócrata recientemente recuperado por los socialistas tras décadas de abandono.
Un discurso nítidamente socialdemócrata casi olvidado -socialismo es libertad, que decían los primeros socialistas de Felipe González en los setenta- se viene abriendo paso en las palabras y acciones del gobierno de los socialistas en los últimos tiempos. Nada que deba asustar. Simplemente es la respuesta de la socialdemocracia europea, verdes y democristianos, que no olvidan sus raíces sociales, para impedir que se abra aún más la sima de las desigualdades que dividen y enfrentan a europeos y buena parte de los ciudadanos del mundo, que a su juicio son el principal alimento del auge de los autoritarismos y las dictaduras.
«Aznar sí entiende bien este tiempo».
Claro que este discurso es interpretado por la derecha política española, y hecho suyo también por la gran empresa, como filocomunista e intervencionista en lo social y económico. La subida temporal de algunos impuestos a grandes empresas ha sido entendida de esta manera, al tiempo que se exhibe como el ejemplo más cabal de la deriva marxista de los socialistas. En este contexto, la anunciada salida de la constructora de España ha sido interpretada como una consecuencia más de las políticas de asfixia tributaria a las que el Gobierno somete a la empresa. También Pedro Sánchez es el responsable de que Ferrovial se marche de España.
La derecha política ha decidido apoyar la decisión de Del Pino ya que, en realidad, ha renunciado no ya a gobernar para todos de manera autónoma, sino que acompañada -o sumisa- de los grandes líderes empresariales empeñados en dirigir el mundo, a pesar de las crisis recientes y las guerras abiertas en Occidente, que han puesto en cuestión el mal hacer del llamado ultraliberalismo. Lo resume de manera clara el veterano periodista Enric González cuando reflexiona sobre la indignación creciente de la gente, pues “nota bajo sus pies un temblor, el que le produce el lento fallecimiento del Estado del bienestar, empezando por la sanidad pública. Lo anunciaba el Consenso de Washington: menos políticas sociales, más inversión productiva. Estamos tardando en enterarnos”.
El expresidente Aznar sí entiende bien este tiempo. Celebra su 70 cumpleaños como si fuera su segunda gran boda, en uno de los salones patricios del Teatro Real de Madrid, en el que ha recibido a más de doscientos invitados. Allí estuvo representado buena parte del Consenso de Washington a la española. Políticos y empresarios en el mismo tren, solo que los segundos van en preferente. La globalización económica puede entrar en marejadilla, o más, pero ellos de ninguna manera pasarán por ese mareo. El apego de nuestra derecha política y económica – ¿qué son nuestras escuelas de negocio sino calcos de las carísimas norteamericanas? – por el republicanismo neoliberal norteamericano es total, y en gran medida responsable de su radicalismo. Así que, a pesar de la que ha caído y está pasando, la máxima de “no más Estado” no decaerá. Sus “tanques de pensamiento” informan de que el binomio que tanto éxito tuvo de “empresa y democracia” -o no hay buena empresa sin democracia- es una antigualla. A los grandes les tiene sin cuidado esta retórica. Por el contrario, socialdemócratas, verdes y otros grupos de demócratas europeos, sobre todo, se encaminan con aparente animosa decisión a minimizar las desigualdades, al entender que es la mejor manera de sostener nuestros tocados sistemas democráticos.
Esta es la gran batalla que se comienza a librar en Europa. El ruido que trae Tito Berni no es ajeno a todo esto, aunque la distancia que media entre el Teatro Real y el burdel parezca insuperable.