Ramón Tamames, candidato a la Presidencia del Gobierno de la mano de Vox. Suena raro, es verdad, pero si removemos algunas páginas de sus declaraciones y biografía en nuestra memoria, no sorprende tanto. Su narcisismo extremo no ha debido soportar la invitación a verse tribunado en el lugar de preeminencia del Congreso de los Diputados, nada más y nada menos que postulante a presidente del Gobierno de España. A sus próximos 90 años, se ha debido inflamar con la imagen de que será récord mundial. Otro más que llevar a la estantería de oro de su inmensa biografía.
Así que paladea la saliva del honor desde el mismo instante en el que Abascal le insinuó el asunto. En pocos días, lo veremos subir los breves escalones de la tribuna del Congreso con el abatido paso que dicta la vejez. Con solo abrir su haz de notas comenzará a levitar. O puede que no. Sentirá que también es testigo a su propia Asunción, la máxima aspiración del ser humano creyente desde que nuestros evangelios narraran la celebérrima Asunción a los cielos de la virgen María.
Lo anterior se comprende. Nuestra larga experiencia humana y la psiquiátrica también lo han explicado con todo lujo de detalles hace tiempo. Más extraño es que un comunista -¡tantos comunistas!-, algunos socialistas y no digamos la ruidosa batahola de millares que se reivindicaron de la bandera roja, maoístas, trotskistas de decenas de facciones, sin olvidar la caterva de separatistas que han inundado la camada mullida de la derecha al grito de “¡Los socialistas me han defraudado!” se pasaron a las filas del adversario político. Normalmente a la derecha -todavía existe ese goteo-, porque los dirigentes del PSOE “dejaron de ser los auténticos depositarios de un legado idealizado de Pablo Iglesias (el genuino, vamos)”. Claro que esta cuestión de todos sabida no ha tenido el desarrollo argumentativo debido. Porque es difícil de encajar en las bases de la lógica esa explicación tan generalizada de: “Me voy con el enemigo político porque mis compañeros hace tiempo que dejaron de pegarle fuerte. Ya no son lo que eran”.
«La figura de Tamames necesita un estudio profundo».
Hoy es Ramón Tamames quien, más que cruzar hasta la otra orilla del río, se atreve a sobrepasar todo un océano. Y se apresta a su penúltima hazaña, dorado por noventa años, decenas de miles de libros, artículos, conferencias, informes, pinturas y esculturas, intrigas y otros miles de facturas cursadas. Un gigante del pensamiento diverso y la polémica disímil, que se aprestó a rastrear junto con sus alumnos de universidad y tantos militantes comunistas, o compañeros de viaje de la clandestinidad (Castilla del Pino, sin ir más lejos), los asesinatos del franquismo tras la guerra civil; y pocos años más tarde, a loar la figura de José Antonio Primo de Rivera: de la economía amarrada por los quinquenios al liberalismo del fin de la historia. Sí, los hombres de Chicago se quedaron cortos para este superhombre todomente y todoterreno. La figura de Tamames necesita un estudio profundo y una explicación, porque desentona demasiado ver en amor y compañía con el señorito del coto aquel que no hace tantos años cazaba en la retranca escondido de la guardia civil.
El baile verbal sobre la figura de Tamames y su canto en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, nada más ser insinuados, despertaron un alud de sospechas. ¿A qué viene esto? ¿Por qué Vox llega con este candidato para defender una moción de censura? La más extendida es que, en realidad, se trata de una moción contra el PP que llega por el camino viejo y muy trillado de continuar latigando a Pedro Sánchez. Pero quién sabe la motivación real. Lo único cierto sobre esta sospecha es que viene expelida por los voceros del PP, que son millares y por tanto suena más. Pero existen otras varias. Tantas como podamos imaginar. De ello va también el esperpento de transmitir ante millones de ciudadanos un aquelarre verbal y político en el Congreso de los Diputados con el fin de vilipendiar aún más si cabe la política democrática y sus prácticas. A esto se ha prestado gozoso Ramón Tamames, a subir a la tribuna del hemiciclo bajo el palio de la indecencia de quienes le transformarán en una suerte de viejo demonio de la política, la universidad y la facturación para que, junto con sus diputados de Vox que le aplauden y otros muchos que por ahora no darán la cara, se meen en la moqueta histórica del palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Será un debate en el que ni siquiera quienes lo promueven van a ganar. Nadie saca réditos de estas bajezas. Todos perdemos. En especial, la democracia. Porque, en realidad, lo que pretenden trasmitir es que los seguidores de Franco ponen una moción de censura a la democracia utilizando como mascarón de proa griego a un antiguo comunista.