La legislatura en su fase decisiva

Las grandes crisis económicas (también otras) engullen a los gobiernos. La muy grave de 2008 derribó a la práctica totalidad de los ejecutivos europeos, a excepción del de Angela Merkel, que se erigió en bruja mala arruinando a más de media Europa para salvar a Alemania izando la bandera de la austeridad. De parecida forma viene ocurriendo en los últimos meses con los gobiernos latinoamericanos, que caen azotados por el vendaval tras la pandemia de la covid.

En Europa – somos así de chulos o puede que más bien, cenizos – hemos decidido eternizarnos en la crisis permitiendo que estalle una guerra en Ucrania invadida por Rusia. La convulsión que provoca nos lleva, con ventaja sobre otros continentes, a la tercera gran crisis económica en poco más de dos décadas, con devastadores efectos políticos. Las consecuencias están siendo arrasadoras: crisis energética y una inflación de incendio desconocida desde hace más de treinta años y, de nuevo, abierta a toda mandíbula la boca del lobo de una recesión económica en nuestro continente y más allá de él.

Nadie está tranquilo. Todo es un hervidero de inquietudes, dudas y miedos. Solo se hacen pronósticos oscuros: ¡Entramos en recesión el otoño próximo! Tantas alarmas y muchas más dudas llevan a los gobiernos contra las cuerdas. En realidad, ni ellos ni nadie saben si comerán el turrón este fin de año. El premier británico Johnson ha sido el primero en abandonar; Macron ha estado a pocos escaños de lo mismo y tendrá que gobernar lidiando con una Asamblea francesa en la que no tiene mayoría. Draghi, esa personalidad, camina desnudo sobre el alambre enjabonado de un gobierno italiano imposible; y hasta el flamante tripartido alemán que preside Olaf Scholz no sabe por qué camino tirar dentro del laberinto en el que, de repente, se ha convertido Alemania, que puede quedarse sin el abastecimiento de gas ruso este otoño.

Y está nuestro gobierno. El PP, tras su gran victoria andaluza, ya se ve en la Moncloa sin lugar a dudas. Sus arúspices demoscópicos se lo transmiten a Feijóo con la seguridad de la Sibila: “Pedro Sánchez caerá sin ninguna duda, así que en tus manos está que abreviemos o no su tiempo en la presidencia”. Claro que Sánchez, manejando parecida información que el PP, no coincide con el final del relato que hace este partido. Es de los que creen que nuestro destino no está escrito; que todos (o gran parte) de los feos pronósticos que ahora llegan pueden no cumplirse.  Y en ello se empeña. Si casi nadie pronosticó – se dice – que Europa saldría creciendo como un tiro tras concluir lo peor de la pandemia, por qué no pensar que los funestos augurios pudieran no cumplirse.

 

«Todo nos llega de un presidente que no transmite emoción».

 

Mañana martes, coincidiendo con el Debate del Estado de la Nación, inicia su campaña más difícil en pro de la remontada electoral. De nuevo, sorprenderá y llamará la atención de la opinión pública, tan alejada de él en este tiempo, con nuevas propuestas “arriesgadas y progresistas” con las que se diferenciará del PP, “que ya va de ganador seguro”. Insistirá en el relato de sus políticas protectoras del ciudadano sencillo y el desprotegido y anunciará otras nuevas. También se desliza que cambiará el tono discursivo “más comprometido, más agresivo”. Y puede que muy pronto proceda a dar “un buen meneo” en la cúpula del PSOE y ordenando “mayor compromiso público a los miembros del Gobierno”.

Sin embargo, todo pudiera quedar en una nueva “patada a seguir”, que se dice en el rugby, para salir de las cuerdas y ganar tiempo, si como declara la vicepresidenta Yolanda Díaz, el presidente y su gobierno continúan gestionando sin alma (“A este gobierno le falta alma”, declara). Porque aquí puede estar una de las claves del pinchazo de este gobierno: solo nos llega por la voz y el rostro de un presidente que no transmite emoción. La política, como la misma vida, para fluir de manera natural y llegar a interesar, tiene que mostrarse y hacerse real con el calor de la empatía y siempre acompañada de los afectos que tanto sentido dan a nuestras vidas.

Pedro Sánchez no tiene ese don, y al dejarse llevar por la seguridad que le han dado sus victorias hasta ahora: “Yo decido”, “yo represento”, ha velado la voz de un coro político que bien pudiera recuperar para el discurso socialista ese alma que echa en falta Yolanda Díaz.

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