Al Gobierno le ha dado una pájara

El Gobierno viene pedaleando varias semanas afectado por una larga pájara. Desde la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin, llega tarde a casi todas las llamadas importantes. No se alcanza un motivo suficiente para entenderlo, dado que el verano pasado tuvo una gran remodelación que pretendía refrescar un equipo que venía de lidiar con la descomunal pandemia y un PP “endemoniado” desde que Sánchez llegara a la presidencia.

El Gobierno no responde con la celeridad y contundencia que requiere este tiempo político tan demenciado como volcánico. Esos vacíos temporales eternos llenos de silencio y dudas – que son como ración de ibérico cinco estrellas para la oposición – le vienen achicharrando de manera visible y muy real. No han existido respuestas políticas ni suficientes ni a tiempo, y menos contundentes y creíbles, ante asuntos como el cambio radical de opinión del Gobierno sobre el contencioso que mantiene el Reino de Marruecos con la ONU y medio mundo a propósito del Sáhara español; y las consecuencias que tiene sobre las relaciones políticas y comerciales con Argelia; la huelga del transporte por carretera; la deshidratación gota a gota a la que le somete el PP con su propuesta de bajada de impuestos a los más débiles; y, en fin, la crisis con los independentistas catalanes (y algunos vascos) a los que se ha espiado, al parecer, desde el CNI los últimos dos años al menos.

El desgaste político, y el descrédito, que le acarrea el conflicto político abierto en España, a propósito de la nueva relación acordada con Marruecos, puede que aminore y quién sabe si trae réditos políticos así que pase un tiempo, pero de momento -aparte de haber recibido un remoquete parlamentario al quedarse solo y que nuestro ministro de exteriores Albares, antes bastante activo y objeto de noticia, haya desparecido – lo único destacable es la hostilidad que se ha abierto en la relación con Argelia. Una gélida relación y nada más, porque transcurrido más de un mes del grave encontronazo con Argel, nadie sabe en qué situación nos encontramos. Solo palabras ambiguas y en sordina de nuestro Gobierno y discreción con pautados estallidos de palabras aceradas por parte de Argelia. Así que, con la volatilidad con la que se manejan hoy los grandes asuntos geopolíticos, hasta llega a deslizarse la “certeza” de que Argelia podría cortarnos el suministro de gas.

Asistimos también al patinazo de la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, cuando acusa a la extrema derecha (es decir, a Vox) de liderar la huelga de transportistas. Es verdad que la extrema derecha estaba implicada, pero ella solo era una parte de la plataforma de transportistas en conflicto. El enorme ruido que generó el paro vino desde otras voces y registros políticos; se podría decir que vino de la suma de un enorme malestar laboral y político que se extiende por el país con más rapidez de la que se podía prever. Algo parecido sucede con el ya muy largo conflicto por el precio de la energía eléctrica: no acaba de aclararse. Como ocurre con el debate abierto por Feijóo al proponer la bajada del impuesto, en especial sobre las rentas por dejado de los 35.000€, entre otras medidas. La respuesta parecía bastante clara, ya que casi nadie en Occidente en crisis está por bajar impuestos, pero el Gobierno no sale de generalidades. Lo curioso del caso es que aparecen contundentes estudios, reflexiones y comentarios periodísticos de expertos que se las ponen al Gobierno como a Felipe II y nadie, al menos de momento, sale a recoger esas flores.

 

«El Gobierno ha estado entre el silencio y el mareo de la perdiz».

 

Para colmo, llevamos ocho o diez días con una de espías. Al parecer, el CNI habría espiado los últimos dos años a numerosos políticos independentistas catalanes y también a algunos vascos. La denuncia es muy grave; tan seria que se ha rebelado contra el Gobierno todo el arco político independentista catalán, amenazando incluso con abortar la legislatura de Sánchez. Pero el Gobierno ha estado vadeando el asunto entre el silencio y el mareo de la perdiz, en tanto que la gran prensa internacional, Bruselas y las principales cancillerías europeas se preocupaban y hacían preguntas incómodas a Madrid. ¿Por qué esta actitud? ¿Por qué espera una semana eterna para afirmar en una reunión forzada con el presidente de la Generalitat, en Barcelona, que abrirá la Comisión de Secretos Oficiales en el Congreso de los Diputados para tratar el caso? Parece de primero de políticas. ¿Por qué tanta cautela y sigilo? ¿Por qué actuar de una manera que solo denota fragilidad, impotencia y acaso miedo? ¿Acaso cree el Gobierno socialista que, cuando le estallan los más graves asuntos políticos, pueden decantarlos a gusto hasta hacerlos olvidar?

Gobernar en tiempos muy complicados como los presentes es muy difícil, y más aún cuando la atención por el interés general de la mayoría de las fuerzas parlamentarias es mínimo o nulo. También habría que considerar el desgaste físico y mental de un Gobierno que lleva cuatro años sin bajarse del toro del rodeo. Todo puede entenderse. Lo que no parece razonable es que, por las razones que sean, las maneras con las que viene operando en las últimas semanas se confirmen como su forma habitual de gobernar. Confiemos en que sea la pájara, porque todas las decisiones políticas, antes de hacerse públicas – en especial las relevantes – deben estar justificadas y, por tanto, acompañadas de una explicación lógica. ¿A qué viene entonces acudir al Congreso para informar del cambio de rumbo en las relaciones con el reino de Marruecos dos semanas después de haberse hecho públicas? Dan al adversario político un tiempo eterno para que erosione, e incluso cincele en negro para el futuro, un asunto que les perseguirá por mucho tiempo.

Seguro que el Gobierno es consciente de que vivimos en una época en la que dejar pasar un minuto sin responder una pregunta o acusación con trascendencia o grave, genera todo tipo de dudas e incluso suscita alarmas. El tiempo político presente no da margen para una última reflexión; esta debe ser instintiva y realizarse en el mismo momento en el que se actúa. Todo lo demás – el tacticismo, la descoordinación, las dudas – no es posible.

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