
Nuestros presidentes en democracia han sido, en general, rácanos y medrosos a la hora de remodelar sus Ejecutivos. Casi nunca fueron al fondo de los problemas que ellos mismos conocían y sufrían por los motivos más variados. “Es muy duro despedir a alguien con el que has colaborado codo con codo durante años”, se excusaba en privado Felipe González años después de perder la presidencia del Gobierno. En ocasiones. se les ha hecho tanta bola antes de acometerlas que hasta los ministros se les han adelantando dimitiendo. El ministro Pimentel se la hizo a Aznar, por ejemplo, con enorme cabreo del hombre (entonces) del bigote.
Pedro Sánchez, también en esta empresa de meter tijera política (o cuchillo, según se tercie), ha demostrado ser diferente a sus antecesores en el cargo. El sábado pasado hizo cirugía de guerra, no porque estuviera metido en combate sino, acaso, con la intención de evitar que se produzca mañana.
A fuerza de sintetizar, diré que el Gobierno se enfrentaba a cuatro grandes problemas: A) La oposición frontal de las derechas, que rechazan cualquier tipo de diálogo, es decir, ciegan uno de los básicos para el buen funcionamiento de la democracia. B) Un gobierno que se había olvidado de que tenía un partido detrás, algo no ya impropio, sino suicida. C) Varios conflictos internos de muy difícil o imposible gestión: la indigestión permanente que producía la convivencia con Pablo Iglesias, que milagrosamente remite; el insaciable Iván Redondo, que de hombre de comunicación y estrategia política, quiere hacerse con todo, o al menos eso deja caer a su manera; y el enconado, sordo, encanallado y penoso conflicto que le enfrenta con Calvo y Ábalos. D) Un gobierno que pierde apoyo electoral al deshilacharse mes tras mes como consecuencia de la crisis brutal de la covid y su regular gestión, el conflicto catalán y el bloqueo que ejerce la derecha.
«Sánchez, de nuevo, da el volantazo que nadie previó».
Detengámonos solo en las tenidas de palacio. Desde Aznar al momento actual (con Felipe González no ocurría nada de ello; para él la prensa era una de sus preocupaciones menores hasta el punto que solo entendió su poder cuando salió del Gobierno y se lo explicaron en detalle), todos los presidentes han visto cómo sus responsables de comunicación han atraído lo malsano de los hombres fuertes del Gobierno o el partido. El señor de las Azores tuvo que despedir a Miguel Ángel Rodríguez -ahora de nuevo en éxito con Ayuso, a ver cuánto le dura- porque este mantenía en llamas permanentes de Cascos hasta Arenas; de Rato hasta Acebes. Con Miguel Barroso, ya con Zapatero, ocurrió algo parecido: el tridente María Teresa Fernández de la Vega, José Blanco y Rubalcaba arremetían tanto contra él que su amigo del alma, el Presidente, no tuvo más remedio que dejarlo caer.
Ahora teníamos un caso de parecidas entretelas llamado Iván Redondo. Pero Pedro Sánchez, una vez más, no tira por el camino trillado, y en lugar de dejar caer al de siempre, larga también a los principales actores de la trifulca palatina constante. Con Redondo salen también Calvo y Ábalos. ¿Era imaginable Zapatero largando a Barroso junto a Rubalcaba, Blanco y De la Vega; o Aznar desprendiéndose de su think tank? Ni se les pasó por la cabeza. Pero a Pedro Sánchez, sí.
¿Por qué? Solo él y algún íntimo quizás lo saben, aunque el resultado puntúa a su favor con claridad: se queda de nuevo con el PSOE y la Moncloa libre de cualquier obstáculo: edificios en planta para construir la casa que quiera.
De nuevo, sorprende y da el volantazo que nadie previó, pero era el que necesitaba para colocarse en posición de máximo dominio. No hace falta ser jugador y aficionado al ajedrez para asegurar que en ese deporte de la mente existe un nombre con vitola para esta clase de movimientos.
«La salida de Ábalos debe obedecer a mayores motivos».
El nuevo Gobierno no es el rutilante como el “gobierno bonito” surgido tras tumbar a Rajoy con una moción de censura, aunque en los ministerios llamados de Estado – Hacienda, Economía, Defensa, Interior…- no haya habido cambios y apenas desgaste, a pesar de la inquina con la que la derecha sigue a Marlaska que, aparte de ser un buen ministro, limpia de poceros que por allí pasaron y vemos en los repulsivos sumarios que en los últimos meses escribe la Audiencia Nacional.
Incorpora numerosas ministras, los cuadros socialistas más jóvenes de su generación que vienen de la gestión municipal y que serán criticadísimas: sin preparación, sin experiencia, de partido…, con las que se ayuda para congraciarse de nuevo con el PSOE al que le dará máximo protagonismo en el congreso de otoño.
Llama la atención que incorpore al Gobierno a militantes que no estuvieron con él en sus difíciles y muy sonadas batallas de partido. A esa forma de encontrarse en el PSOE la llaman integración. Manuel Chaves hizo virtud de esta manera de hacer partido (pacificar) tras el cisma felipistas/guerristas; y ahora Juan Espadas se empeña de manera parecida en el entendimiento que busca con Susana Díaz y los suyos. Claro que la salida de Ábalos, también de la secretaría de organización del partido, más allá de las trifulcas en presidencia, debe obedecer a mayores motivos. Acabaremos por conocerlos ya que el número dos de un partido no se descuelga una noche de la cartelera porque mañana se programe una nueva película.