¿Qué pasa por tantas cabezas, para que todo el ser al que malgobiernan ataque con pies y manos y la furia del perro rabioso, durante minutos como siglos, a un ser humano indefenso hasta abandonarlo muerto convertido en un pelele? Estos crímenes no son nuevos; continúan siendo inducidos y practicados por las mentes más endemoniadas de sociedades barbarizadas por religiones desatadas o por la droga caníbal de ideologías salvajes.
Pero creíamos que en España ya estábamos a salvo de su hierro; del fusilamiento de rojos y la caza del maricón en los parques. ¿Quién hace que el odio progrese en nuestro país como la mala hierba o el cervuno en las cunetas húmedas?
Sobrecoge y repugna a la gran mayoría de españoles, pero debe de haber una minoría dispuesta, cuanto menos, a tolerar el peor de los desmanes, la muerte, puesto que se coloca de perfil a la hora de condenarlos y responsabiliza al Gobierno de todo, aunque en especial y con mayor trueno crítico, cuando acierta. Con crear un demonio en La Moncloa ya tiene suficiente. Ese Belcebú parece ser también el culpable del crimen de La Coruña, al dejar que España parezca una nación ingobernable.
«¿El odio puede contagiarse como la covid?»
Claro que todos esos vómitos verbales son solo palabras para desviar la atención del crimen que solo condena con la boca mínima. Crecen por miles los españoles que calman sus conciencias con el socorrido: “Algo mal habría hecho”. Pero, ¿de dónde viene esta desmesura agresiva y, por lo que evidencia, criminal? ¿El odio puede contagiarse como la covid? Mejor ni pensarlo, aunque en ocasiones su aparición provoca unos sarpullidos que bien se parecen a las estadísticas pandémicas de los últimos lunes: “25.000 contagiados desde el viernes”.
No es fácil de comprender para la mayoría. Las manos que peinan el cabello del odio son decenas de miles de padres, aunque en su gran mayoría, se trenzan o alisan en las galerías digitales de las redes sociales. Quienes solo habitan y caminan por la superficie las desconocen, pero son un enorme ejército con la ambición proclamada de invadirlo todo. Y como los topos, de vez en cuando, irrumpen en manada desde sus galerías subterráneas y arrasan todo lo que les alcanza en la superficie.
«Algunos proponen firmeza democrática.»
Los cómicos llevan años quejándose (y advirtiendo) de que los hemos convertido en los canarios que avisan del debilitamiento (recorte, merma, castración, llamémosle de cualquier manera) de las libertades. Tienen razón. Al declinar las libertades despejando su ágora, esta es ocupada por los infravalores. El odio es una de las pasiones más letales. Convierte la manguera del bombero en boca de incendio y el ser humano se perturba tanto que llega a desear la muerte de su hermano y hasta aprestar la mano al hombre del cuchillo.
Nuestro país fue experto en estas prácticas durante demasiados siglos hasta hace casi nada de tiempo. ¿Tal mal nos sienta la democracia para que añoremos el malhadado pasado? Algunos proponen firmeza democrática. No sabemos a qué se refieren con esa afirmación, que siempre concluyen con un gesto serio y la cara de perfil. Lo único cierto es que los jabalíes rondan las primeras barriadas que encuentran en nuestras ciudades.