Nadia Calviño (los del PP en el Congreso de los Diputados la llaman Nada, qué simples), la tecnócrata gallega que llegó al gobierno bonito de Pedro Sánchez para sorpresa de la mayoría, pasados los tres años, piano piano y a base de tesón, agenda y acierto, se encarama en la vicepresidencia primera del Gobierno. Dará mucho que hablar de aquí en adelante. A estas alturas, el mundo político, empresarial y periodístico está en la onda, y cada uno de ellos se aproxima a su figura según sus intereses y también perjuicios.
El presidente Sánchez y ella han debido de conversar largo tiempo sobre el nuevo espacio político y vital dibujado para Calviño. Su presentación pública informal y muy intensiva tuvo lugar el pasado fin de semana en el congreso de los socialistas celebrado en la ciudad de Valencia. Toda la mañana del viernes para ella: abrazos, declaraciones múltiples y recuperación de la memoria socialista. Desde entonces, no para. En el congreso recoge el testigo de la que hasta ahora fue tarea de la vicepresidencia política. Gran novedad, una más que nos descubre el nuevo gobierno de Sánchez.
Los vicepresidentes o ministros económicos socialistas en democracia siempre han tenido gran protagonismo público y político, pero les ha faltado el apego del PSOE. Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Pedro Solbes… fueron personalidades notables con las que el partido quiso pocas cuentas, y al revés. Nadia Calviño, qué curioso, se exhibe entre aplausos en el congreso de los abrazos sin ser siquiera militante.
En ocasiones, el curso de los acontecimientos cambia de manera repentina para los espectadores políticos. La crisis de gobierno del pasado verano fue uno de esos momentos. Recordemos a modo de ejemplo iluminador, el pensamiento y papel que desempeñó en el anterior gobierno Iván Redondo, y observemos hacia dónde se encamina ahora la Moncloa.
«Nadia Calviño adquiere un nuevo desempeño político».
El periodista y consultor de comunicación Toni Bolaño, hagiógrafo de Iván Redondo, declaraba la pasada semana en La Vanguardia lo que sigue: “Antes, el consultor político era un mero planificador de comunicación, tan solo responsable de la narrativa, storytelling. Hoy debe ser, además, un estratega que aúne storytelling y storydoing”. El entrevistador, sorprendido, pregunta: “Y si es así, ¿qué papel le queda el partido? Y responde:” El propio partido era antes el contrapoder de los líderes (…) pero hoy son los medios de comunicación y las redes”. Y acude a Redondo para ponerlo de ejemplo: “Busca el apoyo del PNV y (Pedro Sánchez) ganó la moción de censura (…) Gestiona los viajes más comprometidos a Cataluña y gracias a su independencia le permite tender puentes mejor que el clásico fontanero de partido”. Es decir, el consultor político hace la historia y la narra al lado del líder.
Sin embargo, ¡vaya confianza generó el consultor político! Ocurre que va a ser sustituido por Óscar López, un prohombre del PSOE, que es solo y esencialmente un hombre de partido, al tiempo que la sala del Consejo de Ministros se llena de jóvenes ministros y ministras del PSOE. Pero, ¡oh, sorpresa! La vicepresidenta Calviño, sin carnet ni acta de diputada (¿todavía?), se pasea entre aplausos por el congreso de Valencia y es aupada hasta la palestra del Congreso de los Diputados donde se practica el debate (combate) político.
En los resultados de cualquier confrontación electoral intervienen gran número de circunstancias, algunas de ellas imprevisibles. Sin embargo, son las cuestiones internas ligadas al liderazgo, la confianza, la economía y el empleo las determinantes. Hoy, la confianza y los recursos económicos están muy condicionados por Bruselas, por otra parte, nuestro único y mejor destino. Calviño viene cumpliendo ese papel, pero el presidente, con su aceptación, le ha endosado otro empeño: fajarse en nuestra selva parlamentaria. Hablaremos bastante en lo sucesivo de este giro político relevante. Nadia Calviño adquiere un nuevo desempeño político.