
La eclosión de la mujer que exige igualdad total con el hombre es imparable. Se ha dicho que este movimiento supone el cambio social más decisivo del último siglo. Él y ella, ella y él, en igualdad total era un inconcebible, como Internet (comunicación al instante), alcanzar la velocidad de la luz (está a mano), o la descomposición de la materia sin alterar al ser (se alcanzará).
La héjira de la mujer, además, hacia su meta de independencia e igualdad total alcanza en los últimos años velocidad cuántica si la relacionamos con el paso con el que se desenvuelven las transformaciones humanas. A las feministas veteranas les conmueve, y hasta inquieta en ocasiones, el paso de conquista que marcan sus nietas. Y hasta las pioneras sufragistas o las intelectuales de izquierda precursoras como Aleksándra Kolontái o la visionaria Simone de Beauvoir tendrían amagos de vértigo al ver las crestas que las más valientes de entre ellas alcanzan en los últimos años.
El movimiento feminista actual, reivindicativo, insistente, tozudo, pero también festivo, divertido y creador, es la manera menos invasiva y agresiva que adopta el ser humano para subvertir y revolucionar toda una historia de sumisión y dominio del macho. Es la única causa humana noble que consigue victorias tan rápidas e incuestionables. El hombre de las últimas décadas del siglo pasado nunca creyó que la batalla feminista que barruntaba podría llegar tan lejos, pero pronto advirtió que el paso de la mujer era firme y con trazas de indesmallable. En el siglo actual ha saltado sobre enormes trincheras y ahora pugna por distribuir con equidad tareas y responsabilidades con los hombres.
La mujer insiste, porque es cierto, que las brechas que aún le separan del hombre son numerosas y anchas. Lo importante en este momento, sin embargo, es que están identificadas y la resistencia del hombre (por convencimiento o vencido) decae. Algunos aventuran que quedan pocos años para que, al menos en la vieja Europa, los problemas y las risas de hombres y mujeres obedezcan a los mismos patrones, que el sexo haya dejado de ser motivo de discriminación.
El gran problema del movimiento feminista (y de todos, habría que decir), que asoma su hocico hace poco tiempo, se llama extrema derecha, autoritarismo y populismo vario. Han señalado la causa de la mujer y el ambientalismo como las nuevas ideologías que amenazan a su mundo. Y han empezado a combatirlas de la manera en la que ellos lo hacen todo: a golpes y salivazos. La aparición ayer lunes 8 de numerosos murales en la calle que reivindican mujeres luchadoras desde el sesgo de la izquierda, emborronados, es una señal clara de que acechan y se aprestan al ataque. Están convencidos de que la mujer libre es un imposible natural.