No encontramos indicio alguno de que la derecha vaya a atemperar su discurso, el más radical y bochornoso de nuestra democracia. Muy al contrario, se encona (solo hace falta echar una ojeada por Youtube a los debates de control del Ejecutivo en el Congreso). El anuncio del Gobierno, que pretende llevar al Congreso la reforma de la ley que regula el Consejo General del Poder Judicial al objeto de que éste pueda ser nombrado por mayoría absoluta y no la cualificada 3/5, es el penúltimo episodio de esta agarrada tremebunda.
Pablo Casado viene navegando en el mar de la derecha abrasiva sin decidirse aún en qué puerto atraca, aunque gusta de repostar en el discurso nacionalista de Orbán y calca a menudo la palabra incendiaria del Trump más desatado. Uno de los peligros para la estabilidad y permanencia democrática podría venir también por ese registro. Porque, a diferencia del discurso engañoso de las derechas españolas y otras, el riesgo para la democracia no viene de la izquierda estalinista o bolivariana, estos contribuyen al malestar, incordian y molestan en ocasiones de manera irritante; el grave peligro viene del corrimiento extremista de los partidos conservadores de la derecha hacia posiciones extremas (“Estados Unido primero”, proclama Trump), apoyando al último capitalismo rampante que nos conduce hasta unas sociedades desquiciadas y desiguales.
Así que el desatasco político parece imposible; más bien es previsible lo contrario: se ataca al Gobierno sin cuartel y sin reglas. Y cada día que parece haberse consumido el combustible que ceba la gresca, unos u otros se encargan de proporcionar nuevas cisternas de gasolina. El nuevo argumento es la reforma de la Ley del Consejo General del Poder Judicial.
«Nunca había sucedido algo parecido en cuarenta años de democracia».
Pedro Sánchez choca desde el principio – o, al menos, eso pudiera creerse – con los togados de las Salesas. Su difícil navegación por los cenagosos meandros del procés vino en parte provocada también por el frufrú de togas en las salas del edificio isabelino. También cree que la judicatura conservadora juega casi siempre a favor de la derecha; es más, es de los que sostienen que es la ciudadela donde se refugia la derecha política cuando está en dificultades y donde recibe ayuda.
Por ello – tras varios intentos infructuosos por cerrar acuerdos para renovar el órgano de gobierno judicial – ha decidido “tirar por la calle de en medio” de la reforma de la ley, aún a sabiendas de que con ello elevaría las llamas de nuestro incendio político hasta el cielo. Y en estas estamos. En horas, las descalificaciones de hace solo unos días parecen naderías, comparadas con la ira que este movimiento ¿táctico? del Gobierno ha provocado en la derecha. Pedro Sánchez no es ya el autoritario, o el enterrador, viene adquiriendo la categoría de dictador: el Orbán mediterráneo.
El PP llega a Bruselas – y cabildea en otras ciudades europeas – para denunciar públicamente la deriva antidemocrática del Gobierno de España. Anuncia sin matices que en España – un país a la deriva – está surgiendo un presidente autoritario. Hasta el gobierno polaco llama la atención en Bruselas sobre los pasos que observa en el gobierno de Madrid; se difunden frecuentes sospechas; se denuncia en las instituciones europeas, y se cuenta en todos los corrillos periodísticos en el Parlamento Europeo que el Gobierno de los socialistas, en manos de bolivarianos, es un peligro para la democracia española, que hay que vigilar sus pasos también desde la capital europea.
Nunca había sucedido algo parecido en más de cuarenta años de democracia: la oposición política denigrando a su gobierno de forma sistemática más allá de sus fronteras. Todo ello viene haciendo mella, no ya en la percepción de España fuera de nuestras fronteras, que se difumina y empobrece, sino también en la estima del propio gobierno de Pedro Sánchez. De aquel piropo de “gobierno bonito” ya nadie se acuerda.
«De momento, el PP no remonta».
La decisión del presidente de anunciar la reforma de la ley del CGPJ no fue compartida por todo el Gobierno, dirigentes del partido y barones autonómicos. Varios de ellos opinan que esta decisión provoca mayor irritación en el PP, moviliza a la cúpula judicial, mayoritariamente conservadora; da armas dialécticas a la derecha europea más dura y continuará deteriorando la imagen interna y exterior del presidente Sánchez. Pero este y su equipo del relato piensan que el órdago puede hacer que el PP entre a negociar al fin, tras unos días de gran alboroto político y mediático.
De saque, el ruido que han percibido los oídos de Sánchez ha debido de tener tal carga de decibelios que pronto ha hecho público que no llevará la reforma al Congreso si el PP acepta negociar la composición del Consejo, en funciones durante más de dos años. La respuesta estaba en el argumentario popular: “No si entra en la negociación Unidas Podemos”. O sea, que se vuelve a la parrilla de salida. Nada de nada…
¿Seguirá, no obstante, Pedro Sánchez con su idea de llevar la ley al Congreso? Lo más probable es que sí, aunque a estas alturas ya debe saber que esta iniciativa política le puede producir tanto desgaste político o más que los vaivenes de la pandemia. Puede ser el lienzo perfecto sobre el que la derecha trate de perfilar su figura con los símbolos del dictador, pues cuando se manejan los materiales sensibles que construyen lo que llamamos poder judicial de manera tosca, lo más probable es que te quemes.
No obstante, la presión que viene recibiendo las últimas semanas Pablo Casado, desde distintos frentes internos y ajenos a su formación política, es enorme. Inquietan sobremanera las dudas sobre las consecuencias electorales que puede tener para el PP la política de enfrentamiento total con el Gobierno y los partidos que lo conforman. Gran parte de los barones territoriales callan, pero están en desacuerdo. En privado, comentan que se está equivocando; que a menudo los deja en evidencia pública al contradecir con fiereza actuaciones del gobierno que ellos comparten. Los más audaces insinúan que se está quedando cada día más solo; que el único que le apoya de manera decidida y explícita es Aznar. Pero no confrontarán. Saben que el camino de la legislatura presente será muy duro, dificilísimo; que de lo que se trata es de que sean los socialistas los que lleguen más agotados a los próximos comicios. Y es más que probable, porque no ha habido un gobierno que se mantenga después de haber pasado por un episodio tan catastrófico: pandemia, crisis económica y crisis política e institucional. Claro que, de momento, el PP no remonta, o mejor dicho: el PSOE no cede en votos. Y eso inquieta. Su leve aumento en expectativas se debe a la caída constante de Ciudadanos y de Vox. “Casado – afirma un político popular castellano – no ha traído todavía un voto al PP”.