Votos como adoquines

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Cuando un país parece que va a arder de inmediato y al cabo pasan días, meses y años sin que nada suceda, sus ciudadanos se acostumbran a vivir viendo al salir de casa todas las mañanas la amenazadora fumarola del volcán. A ese estado de vigilancia resignada – soportando la herida de sus ascuas – le llamamos vivir con la incertidumbre.

En este desasosiego eterno, que creemos hasta cierto punto insuperable, nos dejamos llevar por la ola inconstante de los días. Es un estado en el que sabes que te ha abandonado la esperanza y el mejor augurio se expresa con el socorrido “lo que tenga que ser será”.

En esta situación, de qué vale levantar la voz o esforzarse siquiera en recuperar el coraje que te otorga la responsabilidad de haber sido un día un joven animoso. Ni siquiera te ayuda la religión o la ideología, y la familia se te antoja un placebo que durante años llevó a tus ojos una luz que no era cierta; sencillamente te entregas al tran tran de los días y te sientas en ese tren inmóvil de la oficina para ordenar a la lanzadera que dispare los algoritmos que dirigen el destino del mundo y nuestros deseos.

Más o menos con estas palabras de cueva se expresa el joven físico (premio extraordinario de carrera). Me habla como musitando en el aperitivo del sábado. A veces detiene sus labios como esperando una respuesta o que entre en el ruedo de su soliloquio, pero miro para otro lado, me hago el distraído, callo. Y continúa. Estuve en la manifestación multitudinaria contra el cambio climático, por otro clima. Hubo mucha gente, muchos jóvenes, rabia y alegría de la mano. Tienen razón. Lo que hacía falta es que también nos cargáramos la Tierra.

Pero no observa que los poderes del mundo den pasos atrás en su locura depredadora. Los poderosos van a lo suyo, pero ¿qué es lo nuestro? ¿Tenemos algo nuestro? ¿Un puñado de tierra que defender acaso? ¿Con qué armas nos podemos defender? Ni sindicatos ni partidos y, sí, también sin amigos. Tengo que estar pendiente de que los siete compañeros de trabajo, ¡los siete!, no me desalojen.

Tercio. ¿O sea que de votar ni hablamos?

– Voté el 26 de abril y en las municipales, eso sí, sin puta gana: me llevó un poco a la rastra la colega con la que salía la pasada primavera. Luego se fue, o quizás fui yo el que me aburrí de ella. Es que por no haber nada, ni siquiera tenemos adoquines en las avenidas, como en tus tiempos, para arrancarlos y tirárselos, no sé… quizás al destino.

– Tienes razón, lo de los adoquines es una antigualla, o un poema beat, pero aún nos quedan los adoquines del voto.

¿Y tú crees que con el voto se derriban muros?

– No, pero es la única arma que nos queda; si la perdemos – y por ahí vuelan malos augurios – entonces sí que nos queda solo el desamparo.

– ¿Tú crees? Lo pensaré.

Abandonamos la barra, se había dejado la mitad de la cerveza en el vaso.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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