La carne, otra paradoja española

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

España es un país de tantas paradojas que convivimos con nuestras contradicciones como si tal cosa. Son innumerables. La última, y enorme, es que cuando más necesitados estamos de gobierno, perdemos cuatro años enredados en un “no es no” como si ese mantra fuera provechoso para alguien. Pero no voy a continuar por esa autopista atascada. Hoy me quedo con otro desconcierto enorme que, al mantenerse agazapado y lograr escabullirse del interés de los medios de comunicación, pasa desapercibido en gran medida. Me refiero al desasosiego permanente de nuestra industria cárnica, algo así como un oso pardo de 10 años y 350 kilos de peso que se asusta con el vuelo de la mariposa amarilla.

Veamos. Según una de sus múltiples organizaciones empresariales, y con  datos del ministerio de Agricultura, es el cuarto sector industrial de nuestro país, solo por detrás de las industria del automóvil, del petróleo y combustibles, y de producción y distribución eléctrica. La conforman un enjambre de 3.000 empresas, y el año pasado alcanzó una cifra de negocio superior a los 22.000 millones de euros, casi la cuarta parte del sector alimentario español.

Pero pocos conocen su dimensión, ni siquiera centenares de sus empresas son conscientes. Su robustez solo es manejada por entendidos, y sus envidiables estadísticas se amontonan en viejos archivadores. Todo esto, sin embargo, no es lo más chocante. Resulta que son unos asustadizos, casi gallinas. Cuando una televisión saca unos minutos de imágenes incómodas de una granja de cerdos del gigante El Pozo, todos se rilan; se acojonan de tal manera que ven hundidos sus negocios. Así que exigen pronunciarse al Gobierno en su favor y se lanzan a una publicidad millonaria e inútil. Eso sí, todo hecho con mucha ira. Cuando algunos entendidos, sean científicos, influencers o francotiradores, calientan sus palabras con los terribles perjuicios de las carnes rojas y no digamos el apocalipsis de las vacas locas, tiritan y ven cómo el suelo se abre bajo sus pies. Y no digamos cómo les aumenta la tensión arterial cuando leen crónicas o ven imágenes que denuncian el trato a los animales (gallinas hacinadas, cerdos enlodados de mierda o vacas emboladas).

Están más pendientes de la pedrada real e imaginaria que de enterarse de quién la lanza y por qué. No se han parado a evaluar en serio cuáles son sus muchas fortalezas; aquello que han de mejorar y qué parte indeseable arrastran. Y muchos menos han pedido información contrastada de los cambios sociales que se están produciendo y las tendencias futuras que tanto les afectan. Son el cuarto sector industrial de España y están tan desunidos y enfrentados como los políticos. Decenas de asociaciones empresariales y patronales, centenares de discursos enfrentados, zancadillas y ocultamientos. Solo les une el miedo y lo que ellos creen incomprensión de modernos, extrema izquierda y bastantes periodistas. ¿Qué hacemos mal? ¿Por qué nos critican tanto?, se preguntan.

Llama la atención que no se unan en un discurso y que descuiden la fusión de empresas. Por qué no se miran en el espejo del sector del automóvil, cuyas empresas compiten entre ellas como perros y mantienen una unión de cemento cuando le vienen mal dadas. O los sectores eléctrico y energético, tan organizados y definidos sus intereses como advertidos los riesgos.

Así las cosas, se hace difícil pensar que mantengan buen ánimo y temple cuando salen por el mundo a vender lomo fresco o chacinas. Porque en esos mundos de Dios se encontrarán con el holandés de mandíbulas de cocodrilo, el norteamericano cara de rifle y al chino tan orondo ya como su buda más feliz. Han realizado lo más costoso: trabajo, innovación, crecimiento y exportación. Pero les queda algo aún más importante para seguir creciendo y consolidar mercados: entender qué quiere el mundo que viene; qué desea el consumidor hecho de una sensibilidad urbana que, desconocedora de la naturaleza y de la tradición de nuestras granjas, necesita ver naves diáfanas de gallinas sueltas tan aseadas y luminosas como las cadenas de montaje de automóviles; los mataderos tal que quirófanos de hospital adaptados y que le expliquen de qué va el comercio mundial de carnes sin que nadie se muera de vergüenza o repulsión.

En definitiva, falta transparencia y una urgente adaptación a la nueva sensibilidad mundial ante los animales. En los años 70, los hangares fabriles de la SEAT en Barcelona parecían hollinosos talleres mecánicos de barriada, y la ría de Bilbao una cloaca zarca y pringosa. Tendremos que pasear por las granjas de vacas más pronto que tarde como quien corretea hoy por la margen izquierda de aquella ría. Ojo, no hace falta que construyan un Guggenheim.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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