Qué dicen nuestros grandes cocineros

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

El pasado domingo 25 de febrero paseaba por el barrio barcelonés de Gràcia, el más adornado con lazos amarillos de la capital. Mañana soleada y fresquita que llenaba las terrazas de sus pequeñas plazuelas de personas ansiosas por el aperitivo. En la Plaza de la Virreina, tan recogida como hermosa, se bailaba swing. Algunas decenas de parejas – sonrientes ellas, concentrados ellos – se ejercitaban en el movimiento de caderas bajo la pulsión de la música más desinhibida y gustosa de mediados del siglo pasado.

Justo al lado de la plaza tan sonora y divertida, en un esquinazo de la calle Ciudad Real, volaba un humo blanco y denso que olía a brezo dulzón. Asaban calçots sobre unas enormes parrillas empotradas contra la fachada, y habían dispuesto a su vera unas dos docenas de sillas con sus mesas respectivas. Crecía una fiesta amenizada por la música del chisporroteo de las brasas y el bla bla emocionado de los que embuchaban los calçots como quien traga docenas de espadas flácidas.

Ahora es la temporada de la más célebre cebolleta ahumada y encenizada, tierna y dulzona, que engullimos como el pavo avaro procede con las berzas. Embadurnados de una salsa tan característica como adictiva hecha de almendras, tomate y una buena pasada de ñoras, hacen felices a los catalanes.

Al salir de la zona más clásica del barrio, ahora tan desprovista de coches y mobiliario urbano que recuerda a la pobreza limpia que dibujaba el cómic, todo es reconocible y bastante vulgar. Bloques de edificios apiñados de seis o siete plantas festoneados de manchas irregulares, ropa tendida y bicicletas y cajas empotradas en balcones tan estrechos como trincheras de infantería. Huele a gasoil quemado y a ronda, y casi apetece perderse en el metro.

Una de las webs que periódicamente te llaman con el anuncio de un nuevo post agroalimentario o sobre cocinillas comenta los resultados de una encuesta sobre qué comemos y cuánto gastamos en tan imprescindible menester. Y se contradice con estrépito porque anota que “por lo general (los españoles) buscan (en el mercado) alimentos más saludables (92,6%), aunque solo 4 de 10 familias suelen incluir en la cesta de la compra verduras y frutas a diario”. Y algo aún más chocante, “el 84.4% de los consumidores compran impulsados por el precio más bajo, y el gasto en productos de marcas de distribución sigue creciendo (53,39% del total)”.

Al llegar a una enorme playa de mil expendedurías, chiringuitos, bares y restaurantes en la barriada de la Barceloneta, compruebas que la zona más oscura de la encuesta es cierta: la fruta no existe, el arroz es el rey y, eso sí, para encontrar un dulce tienes que internarte bien hondo por los meandros de sus calles tan humildes como acicaladas hace unos años.

 

No se les oye

 

Así que cuando llegas invitado a un buen restaurante del Eixample burgués y hermoso de Barcelona y te comentan que el postre de la carta lo inspira Josep Roca, a uno le vienen de manera automática (¿por qué?) preguntas tan tontas como ¿y qué pensarán los hermanos Roca, la Ruscalleda, el señor de El Bulli, los Subijana y el señor Muñoz, chef de la cresta, de todo el lío que se viene montado a propósito del consumo  excesivo de grasas, sal y azúcares; de la comida basura y sus consecuencias; los productos baratos, las nocillas, los hummus, los millones de tortillas de patata que  venden los supermercados y las montañas de pizzas, alitas de pollo y mares rojos de kétchup que reparten los rodadores de Deliveroo, Glovo y otras tantas empresas tan exploradoras emboscadas en la red?

No se les oye. No comparecen en la tertulia que el bramido de las redes quiere hacer global. Nada de todo esto parece ir con ellos. Solo hablan de sus excelencias y filosofía, y se fotografían tan mudos y sonrientes como los actores y actrices de moda en las pasarelas rojas, o ante los enormes photocalls iluminados de marcas. Y llama la atención, porque varios de ellos tienen secciones fijas en medios de prestigio y redondean sus ingresos como asesores y gurús.

Extraña porque, por ejemplo, muchos actores opinan sobre Shakespeare y el teatro de Chéjov, pero también de Torrente; y los músicos de las filarmónicas se ponen la chapita de ‘No a la guerra’, y hasta seleccionadores en la cumbre y futbolistas rutilantes hay que defienden en público y con pasión la independencia de Cataluña.

¿Por qué no se mojan los cocineros postineros? Es un misterio. Algunos los disculpan diciendo que a cuento de qué deberían de entrar en un lodazal que se construye a base de manguerazos de mentiras e intereses envenenados que infectan el debate sobre la alimentación. Será por eso.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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