Durante el mes de agosto pasado nuestro mundo vio la luz desde una cuba de hormigón que giraba insensata. Se desencadenaron acontecimientos económicos y políticos tremendos que pusieron a Europa al borde del abismo, nos descubrieron a unos Estados Unidos exsangües y casi sin influencia, una China con el patio más sucio de lo que nos cuenta y unos mercados comiendo a boca llena en todos los prados. Sí, todo eso y más ha sucedido, pero nadie sabe lo que nos está pasando y hacia donde vamos.
En este tobogán hacia nadie sabe donde, cada región del mundo, cada país, cada pueblo, cada individuo actúa a su manera creyendo hacer lo mejor para soportar el presente. En España, el penúltimo asidero (¿o ha sido otra ocurrencia?) descubierto para aminorar ese deslizamiento hacia ese lugar desconocido ha sido la reforma ipso facto de la Constitución.
Gobierno y oposición, por una vez en ocho años de acuerdo, entienden que al topar el gasto público en la Constitución se aplacará la furia alemana y francesa y, acaso, los mercados alcancen a tener noticia de tan gentil iniciativa. Pero, claro, aunque los protagonistas de la reforma lo nieguen, nadie sabe si esta medida tendrá efectos positivos en relación a nuestra credibilidad fuera. Al fin y al cabo es solo la manifestación de una voluntad que se expresa en una ley de imposible cumplimiento si el deterioro económico persiste en el tiempo.
Son notables, eso sí, sus efectos políticos internos. El más evidente es el desafecto del mundo nacionalista, el sindical y de aquellos grupos de izquierda más allá del PSOE. Entienden que es una victoria más de los países fuertes de Europa y los mercados que arrastran a España hasta poner la Constitución a su servicio. Y puede que alguna razón no les falte.
Aún desconociendo qué nos sucede, sí parece cierto que Alemania y Francia van cada día más a la suya y menos a la causa común europea; por tanto, nuestra reforma abonaría sobre todo a sus intereses. Y, a modo de coda de este comentario, dejar constancia del daño (¿irreversible?) que produce la decisión de Zapatero al PSOE. Este verano que pasa marcará la historia de este partido. Nuestros socialdemócratas podrían estar en serio peligro de dejar de ser clave para la política española del futuro. La crisis y demasiados errores de su parte serían los responsables principales.