La atracción del vino

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

La pasada semana, junto a mi amigo José Carlos y al unísono, decidimos echar para atrás uno de los vinos tintos que nos sirvieron en pequeños vasos en el restaurante Angelita  (La Reina, 4, Madrid), una casa que se promociona precisamente por la gran variedad de vinos que ofrece (70 marcas a la mano y hasta 500 referencias en bodega). Sin embargo, este hecho no debemos tomarlo como señal de alarma, y menos aún contribuye al desdoro de un bistró-restaurante con grandes méritos. Lo traigo aquí como anécdota precisa para insistir en cuánto tiene que evolucionar (aprender) la restauración española en materia de vinos.

La mayoría de restaurantes, y no digamos los bares, saben muy poco de caldos y, además, en muchos casos les importa bien poco. En esta materia se parecen bastante a gran parte de la clientela que comparten. A estas alturas, (más de 30 años trabajando con intensidad en España para  crear algunos de los mejores vinos del mundo) se ha avanzado poco en su conocimiento y promoción entre la parroquia nacional. El vino se sigue pidiendo a la voz de “¡Póngame un vino!”, así, en genérico. Y la gaseosa no ha desaparecido, sino que, al contrario, resiste campeona como su compañera más fiel en las mesas de menú.

Qué diferencia con el reconocimiento a ese salto de Titán dado por la cocina en el mismo espacio de tiempo. Existen millares de menús realmente deliciosos, creativos y hasta inspiradores que se presentan junto a cartas de vino desoladoras. En comparación con las bodegas -puede que cortas en enseñas, pero en general de calidad de los restaurantes medios de los 80, 90 y principios de siglo- los restaurantes, bistró, tabernas, etc. de los últimos años sirven vino joven e irregular; el aupado por las modas (garnacha, vinos de sierra, vinos de terruños que devastó la filoxera y así), y el aireado por marcas y etiquetas tan llamativas algunas como los disfraces y otros atrezos con que se engalanan (¿) ellas y ellos para las despedidas de soltero/a.

Claro que en el restaurante más afamado puede salir una botella mala o que el catador estuviera un día resfriado y dejara entrar “un vino zagardúa”. Pero resulta sospechoso que, en un país con tantas denominaciones de origen de calidad e identidad reconocida, broten como hongos vinos de lugares patrios inverosímiles entre los que se cuelan vinates sudafricanos, chilenos o australianos claramente inferiores, artificiosos y alejados de nuestros gustos.

 

Moda y búsqueda de la diferencia

 

Como casi todo lo que sucede en nuestro tiempo será cosa de precio y competencia. Y también de modas e intereses que se imponen. Por ejemplo, cada vez se ven mas botellas de tinto cerradas con rosca metálica. Esta manera barata de sellar el vino empezó a utilizarse con el blanco de consumo más rápido. Pero ya nos inundan los tintos jóvenes, extranjeros sobre todo, coronados por tal soporte. El vino que rechazamos en Angelita venía en una de esas botellas.

Es una pena que esto continúe sucediendo y no se procure ir corrigiendo con cierta rapidez. Porque hay salas de restauración estupendas como el delicioso Bache, de Ale Alcántara (Rodríguez Sampedro, 2, Madrid), al que no pega tener una carta de vinos tan ridícula y subidita de euros. Angelita sirve platos espectaculares, como su singular pisto Angelita, el cordero inundado de romero o el tomate increíble de su huerta zamorana. Y Bache continúa en racha. A su ensalada de carabineros (un clásico ya), le acompañan travesuras como las diferentes versiones de ventrescas y las insuperables croquetas de puchero. Pero su carta de vinos está repleta de desconocidos.

Asistimos a un desaforado renacimiento de vinos en España de zonas vinícolas que quedaron sepultadas hace un siglo. De ellas nos llegan auténticas joyas y mucha baratija de color. Ocurre igual que con la cerveza artesana. Son centenares las marcas. Y hay restaurantes que solo sirven este tipo de birra.

Nada que objetar, solo que la moda o la búsqueda forzada de la diferencia no son suficientes.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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