El ministro Escrivá busca pobres desesperadamente

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

El pobre, históricamente, siempre ha sido un problema; un estorbo, una lacra. Preterido en todas las civilizaciones, esclavo o sojuzgado por el patrón o las autoridades: un apestado social eterno.

Hoy, continúa siendo igual. Las llamadas pomposamente sociedades del bienestar no han podido erradicar su estigma secular, aunque hayan ayudado a sacar a millones de ellos del pozo del olvido y las mil carencias siempre presentes. Tampoco el paraíso comunista pudo con sus hambrunas.

Claro que han existido temporadas mejores y peores para el necesitado del todo. En España, recientemente, el Gobierno aprobó el llamado Ingreso Mínimo Vital (IMV) con la pretensión de llegar hasta 800.000 familias (2,3 millones de personas). Pasados dos años no ha encontrado ni a la mitad de ellas, en tanto que nuevos datos aportados por Cáritas o Foessa avanzan que solo perciben este u otros alivios económicos una de cada cinco personas habitantes en nuestro pozo social.

Así que el Gobierno ha decidido remangarse y buscar más pobres, porque sabe que hay más pobres de los que hoy han alcanzado a obtener el IMV. Llama a ONGs para que le ayuden y se apresta a dulcificar las condiciones que se exigen para el acceso a este ingreso. En especial, trata de vadear la exigencia de certificados de empadronamiento para tener acceso. Este es el muro con el que se encuentran tanto el gran necesitado como los funcionarios de la asistencia pública.

 

«Esto de ayudar al pobre se ha complicado».

 

El pobre de solemnidad no suele tener vivienda propia, ni mucho menos un espacio físico estable: casa, barrio, pueblo, ciudad y hasta país. Es un nómada en espacios urbanos más o menos acotados: ora duerme en casa de un familiar, amigo o vecino, ora en la chabola, la fábrica abandonada o el cuchitril que le presta el patrón por un mes de recogida de fruta.

Ese condicionante burocrático debería superarse; mejor acudir a los certificados de los servicios sociales municipales sin más. Porque quienes más cerca están de ellos son siempre los ayuntamientos.

Esto de ayudar al pobre – quién lo diría – se ha complicado. No hace tantos años, los jóvenes concejales de la democracia pateaban sus barrios, distritos y pueblos preguntando a los vecinos y observando cómo vivían. Llegaban a conocer bastantes de las carencias económicas y sociales de sus vecinos y trataban de paliarlas en ocasiones, eso sí, con más voluntarismo que acierto. Nos sorprenderían, no obstante, las innumerables formas de procurar ayuda que se dieron.

Hoy, casi todo en la ciudad se hace a golpe de encuesta e Internet; muy pocos conocemos en realidad cómo (mal)vive el pobre; ni siquiera la omnipresente televisión introduce su nariz catódica en la cena de los desheredados. Y en el ultimísimo tiempo, casi solo se acerca el demagogo para llamar la atención sobre él mismo señalando con el dedo a los hijos de la exclusión.

 

«No es posible vivir con dignidad con las ayudas públicas».

 

Hace bien el ministro Escrivá en esforzarse por descubrir más pobres a los que asistir, porque lo tiene difícil. España, también en esta materia, se parece cada día más a Norteamérica: mansiones de oro sobre sentinas de miseria. En la gran nación en decadencia hace décadas que dejaron de buscar a los desheredados; son las organizaciones humanitarias las que presionan y gestionan el techo y el coscurro de pan del desposeído. El suyo también es un mundo sórdido; se piden pocos papeles y se abren comedores trabajados por un gran número de voluntarios. Y cuando el hambre y la tensión aprietan, alguien decide que vuele un helicóptero para rociarles un puñado de dólares con los que se hace algo más liviana la ruta empedrada del olvidado.

La demagogia pública dominante insiste en que la pobreza en España viene en el harapo del emigrante, la lengua bífida del delincuente, la prostituta y el tropel en aumento de inadaptados que nunca quisieron trabajar. Sería muy interesante conocer los apellidos de los pobres que han alcanzado hasta ahora el IMV, es seguro que está ricamente poblado de Pérez, García y Martínez.

No son pocos quienes sostienen que esas mínimas ayudas favorecen la indolencia y desincentivan la búsqueda de empleo. Se trata de la misma creencia de las élites republicanas norteamericanas, que se alarman en extremo al conocer estos últimos días que millones de trabajadores desisten de continuar en sus empleos por su iniquidad. Denuncian que son las ayudas de los demócratas las responsables de su desistimiento porque la protección que se les ofrece es mayor que los salarios. No es posible vivir con dignidad ni con las ayudas públicas ni con los salarios misérrimos que los alarmados ofrecen.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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