Desbarajuste eléctrico

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Los acontecimientos eléctricos de las últimas semanas nos están confirmando por qué es imposible entender el recibo de la luz. Resulta que ni el Gobierno ni las empresas que nos facturan saben explicarlo. Atendemos mil veces a las declaraciones de la vicepresidenta Teresa Ribera y mil veces nos quedamos in albis. Su discurso es un brebaje léxico de tecnicismos y excusas sin otro fin que el de escamotear su responsabilidad, sea cual sea la que tenga.

El presidente ha sido más categórico al declarar que al final del año habremos pagado por el recibo eléctrico un importe similar al satisfecho en el año 2018. ¿Y cuánto pagamos aquel año? ¿Por qué ese año en concreto y no otro? Pedro Sánchez nos hace saltar de un enigma a otro. Si no entendemos lo que nos cuentan ahora, ¿cómo vamos a recordar qué nos ocurrió hace dos o tres años?

Con el tiempo vamos descubriendo que la oscuridad es el humo que lanza el mal para disimular su engaño. La explicación sobre la formación de precios de la energía eléctrica -bastante inexplicable al parecer- sin embargo, nos va dando pistas muy parciales, del todo incompletas, pero algo es algo. Una de las más llamativas que asoma en las últimas fechas se refiere al desbarajuste del mercado mayorista de la energía, eufemismo que camufla lo que no es más que la especulación que se ejerce sobre los precios del gas, ejecutada por los grandes fondos de inversión que se hacen más ricos y orondos comprando y vendiendo esa energía en tiempo de escasez.

Siguiendo esta pista, nos encontramos con que el presidente Sánchez declara el pasado domingo en El País que “lo que puede hacer el Gobierno es amortiguar la evolución del precio mayorista con apuestas decididas como…” Empezamos a entender algo. Resulta que su gobierno (en verdad, todos los gobiernos de Europa) tiene que acudir en auxilio del bolsillo ciudadano para hacerse cargo del descontrol especulativo sobre los precios de la energía.

 

«Toca hacernos cargo de la desigualdad y pobreza crecientes».

 

¿No sería más propio contener la voracidad del bróker con medidas precisas cuando toquen materias sociales tan sensibles como la electricidad y, ya puestos, la vivienda social o el agua, la educación y la sanidad?  En estas materias también meten los mercados su mano con puño de Armani, en tanto nuestra ignorancia se distrae con el vaciado veraniego de algunos embalses y los números poderosos que exhiben las eléctricas que, sí, es obligado investigar en el primer caso y tener muy en cuenta en el segundo, aunque me temo que la alarma – o mejor dicho, el toque de arrebato – debe dirigirse a ese ultraliberalismo económico triunfante que durante tres décadas viene forzando la privatización de todo lo que puede tener una rentabilidad económica y condiciona y hasta amordaza a los gobiernos.

Los ejecutivos se defienden del vendaval eléctrico apelando a las grandes inversiones en generación de energía renovable en marcha que abaratarán el kilovatio y nos harán menos dependientes. Pero, ¿quién financia, eso sí, con enormes ayudas y esfuerzo públicos, la transición energética sino ellos? El mundo se conciencia con rapidez de los efectos temibles del cambio climático. Ahora, toca hacernos cargo con igual atención de la desigualdad y pobreza crecientes en nuestro mundo. O se lima el colmillo de los mercados más agresivos o seguirá creciendo la desigualdad. Es imposible compensar su voracidad a base de impuestos y otros sacrificios.

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