PAZ EN EL DESIERTO
No me asusta su silencio,
el polvo rojo contra mis mejillas
y el vuelo de la bolsa negra de
plástico.
La paz se remueve en su vientre
nutrida por la ubre eterna,
gloria retenida sin más
pretensión
que nacer ahora para mis ojos.
Colores que mudan del hulla al
oro,
tejiendo horizontes de niebla
seca
con silbidos de quietud.
Amores fogosos quebrados por
el fosfato,
risas del único conejo triste
que presiente el simún.
Tizne que no mancha,
rosa sin olor, sabia de eternidad,
y el sol que todo pastorea.
Sin curvas ni lomo ni esternón,
cuerpo enorme de sedimentos
y músicas que oye la noche
y el beduino tísico de amor.
Ni calles ni compuertas,
solo límites en la memoria
de la tribu.
Naturaleza al albedrío
moviendo estrellas y camellos
en la limpia alba temprana.
Diapasón de emociones
desconocidas,
lugar del gato montés
y acacias enanas.
La lluvia se recibe sin ululos;
no se la espera nunca,
casi no es necesaria.
Duerme frío de átomos
y caliente en la emoción del sol.
Un kilómetro, ni siquiera mil,
de arado con los pies
es suficiente para apreciar
el abrazo del gran dios
de la naturaleza:
Paz