¿Qué queda de los patriotas? ¿O qué carajo es el patriotismo en estos tiempos? Seguramente, gran parte de la literatura que mana de la palabra patria es semántica gastada de tanto (mal) uso, como escribieran refiriéndose al amor María y Manuel Álvarez para la gran Rocío Jurado. Acaso son ya palabras que tuvieron un significado y su épica (Bolívar, Garibaldi…) y hoy guardan los diccionarios como mariposas pinchadas en un alfiler para los amantes de recuerdos.
Sin embargo, abundan los patriotas de sonajero; los que se llenan la boca de ¡España, España! o ¡Catalunya és una nació! Pero no solo sucede entre nosotros; en el resto de Europa florecen como esporas de champiñón los patriotas entorno a caudillitos de corte clásico, Orbán o Salvini, y otros aparatosos como Johnson que más bien parecen atropellatrenes. Les unen, sin embargo, los fines que persiguen: destruir las obras nacionales de los últimos 50/70 años y empezar de cero desde un nacionalismo casposo donde tradición, religión (superstición), autoritarismo y mentiras se amalgaman creando aberraciones doctrinales como las que impone Kaczynski en Polonia.
Entre nosotros, la Historia nos prueba de nuevo tras la ofensiva separatista catalana. España, una vez más (¿cuántos atascos de gobierno llevamos en pocos años?) se encuentra en trance formar un gobierno, pero la llave la tienen los separatistas catalanes. Pretenden imponer sus condiciones políticas a cambio de facilitar la investidura de quien sería el presidente más en tenguerengue de nuestra reciente historia democrática.
Pero los patriotas en la derecha (también los hay en la izquierda, pero ahora caminan hacia el ocaso) no mueven ficha y dejan que la España institucional y política se fría como una empanadilla antes de apuntalar un gobierno de la nación que aguante el pulso de los catalanes en rebeldía.
¿Dónde está el patriotismo de tantos como lo invocan? ¿Será solo de latón? ¿De cartera acaso? Porque como se lee en nuestro diccionario, patriota es el que ama a su patria y se arriesga por ella. ¿Arriesgan Pablo Casado y lo que resta de Ciudadanos algo por su patria en estos momentos? Más bien parece lo contrario: permiten que el gobierno de la izquierda pueda salir con ataduras tan insoportables que nos sea muy difícil a todos salir luego del descarrile.
«El nacionalismo es el veneno que arrasa la buena hierba y hace crecer la cizaña bíblica».
Habría que recordar, también ahora, que el PSOE en parecida situación – cuando Rajoy solo podía ser investido por la abstención socialista – afrontó una de sus mayores crisis de los últimos cuarenta años rompiéndose al destituir a su secretario general, Pedro Sánchez, y condenar a uno de sus activos más notables, Susana Díaz, a un declive político sin fin. Pero Rajoy fue investido presidente gracias a la abstención de un PSOE dividido.
Casado y la derecha, en cambio, buscan unas terceras elecciones en el año, que podrían situarle en la Moncloa a costa de llevar al país a un desastre institucional sin precedentes. Porque el problema catalán no se resuelve con la implantación de artículo 155 de la Constitución, y menos aún activando el palo y tentetieso.
Miremos, sin ir más lejos, una de las consecuencias de la victoria de Johnson en el Reino Unido: crece el nacionalismo escocés que pronto puede estar en condiciones de ir a un nuevo referéndum de independencia. A un reino que estaba unido puede romperlo una victoria. No, el nacionalismo no es ninguna solución, es el veneno que arrasa la buena hierba y hace crecer la cizaña bíblica. ¿Dónde están hoy los patriotas? ¿Acaso se extinguieron?