El anunciado acuerdo de coalición PSOE-UP eleva a todo volumen el tronar de los clarines del miedo y el insulto de derecha y extrema derecha. Así, oímos al primer barón del PP y presidente de Galicia, Nuñez Feijóo, manifestar su alarma por la llegada al gobierno “del partido comunista”. No es fácil decidir si recibimos el tronar con la sonrisa socarrona que se nos pone ante un “dejà vu”, cosas del pasado, o preocuparse ante tamaño alboroto emocional. Porque después de 37 años desde que accedieron los socialistas de Felipe González al Gobierno de España se ha demostrado (los ejemplos van por miles) que no era el lobo que se iba a comer a esa Caperucita que llamamos España. Entonces, el escándalo del momento será por causa de esa fiera, llamada partido comunista, que entra en el gobierno de coalición con tres o cuatro carteras.
¿Tanto pavor le produce? Porque en realidad será la cuarta o quinta parte del Ejecutivo y con capacidad más que limitada para hacer realidad sus sueños. Pablo Iglesias se ha adelantado y comunica que está obligado a hacer numerosas renuncias. ¿Por qué, entonces, las derechas mantienen por décadas la misma letanía de la alarma? Los historiadores hace tiempo que encontraron la causa de esa exagerada agitación que pronostica mil males y asegura el caos: no se mantendrían en pie, desaparecerían de no mantener vivo el mito del enemigo externo y extremo, la amenaza del monstruo que aterra a tanto incauto.
El escándalo artificial que crean (porque nunca llegará a cumplirse su vociferante Apocalipsis) es de la misma encarnadura de la “España nos roba” de los partidos separatistas catalanes; procura el mismo fin: enardecer y unir a los suyos al convertir al enemigo político en un depredador insaciable y grotesco.
La derecha heredera de los discutidos mitos imperiales, de los viva y muera mesetarios y del caciquismo insufrible, siempre observó la libertad como una amenaza; la democracia como degeneración de la buena política y en la izquierda apreció la certeza totalitaria que asolará sus propiedades y perseguirá sus dioses, creencias y costumbres. Algunos episodios revolucionarios durante la II República (o actos de simples forajidos) le “confirmaron” que ese era el ser genuino de los que llamaron rojos.
Choca, no obstante, que mantengan viva y candente esa ascua en su corazón y en las gargantas durante tantos años. ¿Qué más pruebas necesitan de la rectitud democrática de los socialistas – recibidos en el 82 como el gusano que devora la reluciente manzana que es España – que han gobernado durante décadas, solos o junto a los comunistas españoles, toda clase de administraciones e instituciones públicas? El comunismo intervencionista y bolchevique se hundió tras la caída del Muro de Berlín y sus tristísimas secuelas bolivarianas se desmoronan por días. Los discursos de Santiago Abascal, por ejemplo, no son sino un tosco y mal enhebrado remedo de los exabruptos de Millán Astray o las arengas encendidas de Queipo de Llano. ¿Por qué insisten?