En la calle Eloy Gonzalo de Madrid, el local que durante décadas sirvió El Brillante, bar de calamares fritos y pollos asados, que resultó ser de renta antigua y cuyo inquilino apuró hasta la misma asfixia las prórrogas de ley de arrendamientos antiguos, fue rápidamente demolido y convertido en una noche en singular hamburguesería.
Quiere la asaduría de carne ser reproducción fiel de un trozo de esos edificios berlineses tomados por la contracultura tras el derrumbe del muro. Grafitis por miles componen una suerte de filigranas sobre las paredes que recuerdan en lóbrego a los abstractos norteamericanos más disparatados, aunque oliendo a aceite de semillas y todo el aire del reggae encapsulado y expuesto de tal manera que continente y contenido ofrecen una estampa equilibrada y casi acabada del mundo rasta.
Solo sirven hamburguesas, o casi, de diversas composiciones. Desde la calle, a través de sus ventanales regulares, se ven personas más o menos jóvenes apretando con las dos manos las hamburguesas e interpretando la más perfecta sinfonía de la gula. Bocas abiertas y dientes acolmillados que hincan la carne con determinación canina entre cervezas y coca-colas tristes esperando ser engullidas. Las mesas escuetas y con poco interés, con la superficie justa para apoyar los codos y, sobre todo, posar esos envases – que parecen cirios enormes – de colores rojo y mostaza en los que aguardan las salsas industriales que hacen tan inmensamente rica a una multinacional norteamericana.
El local está en semipenumbra siempre. Una leyenda urbana cuenta que la iluminación escasa ahuyenta a la gente mayor a la que inquieta e incluso llega a asustar la oscuridad. Sea por la razón que fuere, allí nunca se ven una jubilada recién salida de la peluquería con su brillante cabello de tinte y laca y un varón maduro experto en paellas y vinos de barra. Ellos bien pudieran darse un homenaje en un recinto próximo situado en la misma acera y consagrado a la tortilla de patatas en variada oferta.
Ayer mismo, paseando a la perra ya abuelita, me atrajo unos segundos la estampa seca de un hombre un tanto estupefacto que hundía con su mano derecha el tenedor sobre un generoso pincho de tortilla, en tanto que con el hombro izquierdo apretaba el teléfono contra la oreja dejando el brazo colgar como el miembro flácido de un espantapájaros. La estampa se cerraba con un doble de cerveza ya empezado y media tortilla blanquecina a la espera.
Adrenalina
Son maneras de relacionarse con los otros y vivir la ciudad hasta cierto punto compartidas y entendibles. Porque hasta Bob Marley y su miríada de seguidores – entre la admiración por un rey etíope y el hipido de la maría – se han integrado en los repliegues de las ciudades dotándolas de una nueva bandera en la que relajarse. Y valen más los centenares de kilos de patatas que trae la furgoneta logroñesa los sábados, que tanto precocinado ofrecido entre plásticos y nuevos materiales preparados para cubrir tanta demanda.
Porque nunca se consumió tanto alimento sobre el que se manifestaran tantos reparos y se le regalaran tantas advertencias. “Nunca compre platos preparados expuestos a temperatura ambiente”, aconseja la OCU; “Desecha los envases dañados y los productos atravesados por banderillas o palillos”. Y más: “No se deje seducir por las fotos que ilustran los envases (…) Los riesgos de estos platos, dejando aparte su especial sensibilidad a la contaminación bacteriológica (…), son las grasas vegetales que suelen aparecer en el etiquetado de los platos preparados, que son a menudo mixers industriales, es decir, mezclas de grasas baratas”.
Esta alimentación, no obstante, continúa en crecimiento; el nuevo tiempo a la carrera que vivimos se presta a este tipo de cocinados. Y en verano más que en ninguna otra época del año; porque también tenemos que descansar rápido, viajar al galope, disfrutar de la playa y la piscina a brazadas de risas sonoras y ansiedad festiva. En el digital Diario de Gastronomía se lee: “En junio, julio y agosto del pasado año se consumieron en España casi dos mil millones de kilos de platos preparados, un 6,8% más que el año anterior”. El mismo diario experto asegura que este verano su consumo aumentará aún más.
Sí, todo este zipi-zape de sucesos se asemeja un tanto a los encierros pamplonicas de San Fermín. Sabemos que los toros, al correrlos en el encierro, pueden arrollarnos o algo más, pero la adrenalina tan gustosa que nos invade el cuerpo en la estampida entre cuernos y varas cimbreantes de los pastores es imbatible.