Europa es comunicación

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Andrus Ansip, vicepresidente europeo para el Mercado Único Digital, sostiene que uno de los grandes logros de la Unión Europea fue -y continúa siendo- el Erasmus: centenares de miles de jóvenes estudiantes que hacen de Europa su casa común. Otro bien reciente, que él ha contribuido de forma decisiva a conseguir, es la eliminación del roaming: Europa se comunica por voz y datos como si fuera un solo Estado. El tercero, que también se emplea en alcanzar antes de apearse de la Comisión, es la extensión del 5G a todos los Estados de la Unión: desde Creta a la Islas Feroe podremos ver las series televisión que deseemos, instalar nuestra oficina con solo abrir la tablet, e incluso jugar a ser hackers desde la remota Transilvania.

Como se ve, los mayores pasos hacia la integración europea en el presente siglo llegan de la mano de la comunicación y el intercambio inmediato y sin límites de información y datos que son a la economía, el comercio y las relaciones humanas y culturales como el agua para el río.

No obstante, ¡ay!, ese ciclón de modernidad que se desata en las tripas de Internet y su malla inextricable de redes, está en manos de tecnológicas de matriz mayormente norteamericana, que han crecido sin control decidiendo ellas mismas las reglas que se dan según gustos e intereses. Y además, apenas pagan impuestos en Europa en relación al volumen de negocio que mueven y los beneficios que se embolsan. Así que, Europa acierta en el rumbo que necesita el continente para navegar en este tiempo incierto y bronco en progresión, pero deja la construcción del nuevo tejido económico, social y cultural (o sea, la política) en manos de unas empresas que se conducen por parámetros bien diferentes al ideal europeo. La batalla está en marcha y, de momento, Bruselas solo ha ganado unas cuantas escaramuzas.

 

Quién aporta más

 

Ocurre lo anterior al tiempo que una creciente opinión pública europea encizaña y, en cuanto puede machetea, a nuestras empresas locales y no digamos a los sindicatos. Estos últimos, sobre todo en España, son una podrida rémora del pasado, en tanto que se tiene a las empresas del Ibex como el mal absoluto. No aparece por ningún registro que los primeros aseguran aún hoy los convenios colectivos de millones de trabajadores, en tanto que estas empresas -que sí pagan impuestos- están sometidas a nuestras leyes (y también caprichos). Nos quejamos de la desigualdad y precariedad laboral -que son ciertas- al tiempo que cuando los trabajadores de Amazon -uno de los titanes planetarios- deciden ir a la huelga en España, el silencio general es casi tan espeso como el de la empresa de Jeff Bezos ante las demandas de sus empleados.

Se desconoce al político con desenvoltura nacional interesado en saber qué se cuece en Silicon Valley;  y no existen referencias de que algún otro haya curioseando en Londres o Nueva York cómo se emplean los que mandan en eso que llamamos banca informal, fondos de inversión o buitre; los que hacen que suba y baje la tensión económica del mundo y engorden (y luego puedan estallar) tantas burbujas, además de las inmobiliarias tan conocidas. Nadie en España parece tener interés en mantener un diálogo crítico con ellos; al contrario, se aprecia desentendimiento, cuando no sumisión y admiración por sus logros. Y en el entretanto, palos en las ruedas de los propios. Así, por ejemplo, Apple tiene mejor imagen entre nosotros que Telefónica. ¿Nos hemos preocupado por averiguar quién aporta más al país?

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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