Escena navideña vulgar y corriente

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Han salido a la terraza cubierta del restaurante para que Rafa eche un pitillo. No sienten frío. El sol del mediodía ha templado el ambiente.

– ¿Nos sentamos aquí y echamos la espuela?

– ¿No tendremos frío?

– Les pongo el radiador – tercia Saturnino, el camarero que está al loro. Y ya está encendido.

– ¿Qué les pongo?

Gin tónic como los de antes. ¡Los últimos, son los últimos!

Tres mujeres aún jóvenes remueven cucharas sobre un plato de postre dejando ver unas hermosas copas de vino vacías. Ríen y cuchichean. Y justo a su lado, un matrimonio estirado; a ella le da por el té y por el brandy a él. La mujer, muy sonriente, le da al juego de marcianos en el móvil, el estira la mirada hacía un imaginario segundo piso sin que le perturbe el brincar incesante de tantos coches en la avenida.

– Esta noche no ceno. Cuando llegue a casa me tomaré una infusión de anís estrellado y al irme a la cama, un vaso de leche.

– Yo siempre me propongo lo mismo pero al cabo termino la jornada con el queso y una copa de vino.

– No, no me lo cargues,Saturnino, que ya voy bien repostado.

– Es para que “desfarate” bien el rosbif de presa que se ha comido. El gin tónic es mano de santo.

– Desfarate, desfarate… Pero qué palabras más raras utilizáis los andaluces.

– Si, desfaratar, romper, machacar, son todas palabras del diccionario.

– Claro, claro, no lo dudo, pero no me imagino al gin tónic dando mantazos en mi estómago, jajaja.

Qué días llevamos. Ayer ternera estofada con setas, canelones de carne el otro día, solomillo a la pimienta en casa de Arturo y los tres conejos en escabeche que nos preparó Joaquín.

– La verdad es que nos pasamos tres pueblos. No nos debería sorprender nada si nos diera un chungo.

– Todavía podemos permitírnoslo. Además, los dos tenemos la tensión baja.

-Y él hambre fácil.

– Pero esta noche seguro que no ceno. Y ya nos tenemos que contener porque aún nos quedan todos los annapurnas: nochebuena, navidad, fin de año y año nuevo, reyes…

Rafa ha terminado sus pitillitos y los dos han apurado el cacharro. “Vamos a ver cómo anda la gente”. Y dentro del restaurante esa gente está dándole al mantecado, el mazapán y alfajor y al chupito que se amontona en tres o cuatro frascas multicolores en el centro de la mesa.

– Ya habéis fumado. Venga, tomaros una cosita que nos vamos a ir pronto hoy a casa.

Saturnino acude con la botella de Martin Miller’s y la cubitera del hielo. También con un plato repleto de rodajas de limón y naranja, “porque estos no le dan a las mariconadas de las flores, la fruta y otros a acompañamientos exóticos”.

El grupo está muy concentrado en una conversación interesante al parecer. La atención que prestan a las palabras de Alfredo es máxima. “¿Pero estaba bueno?” “Buenísimo, no te puedes imaginar. Impensable que un plato de salmón pudiera ser tan exquisito”.

– ¿De qué habláis?, interrumpió Juan, el que no quería cenar esa noche.

– De un plato de salmón fresco con salsa de uvas que comimos el otro día en restaurante de Chamberí. Exquisito. Le pedí la receta a la cocinera al salir. Os la canto por si la queréis preparar. En una cazuela grandota y más bien plana ponemos vino moscatel y mosto al fuego hasta que reduzca; esto dura dos o tres minutos. A continuación, echamos el salmón partido en grandes trozos, que previamente hemos salpimentado,  y lo dejamos cocer en un fuerte hervor. Añadimos nata, un buen puñado de uvas peladas y lo dejamos al fuego otros tres o cuatro minutos. Retiramos la cazuela y reservamos el salmón en una fuente, probamos la salsa y rectificamos de sal o pimienta si hiciera falta, y ya está. Fácil y rápido.

Saturnino apareció de nuevo con dos grandes triángulos de tarta de manzana de tez oscura, gruesas rodajas y deliciosa. La conversación tomaba el ruidoso timbre del  escándalo; mas, pasadas las siete el silencio de la tarde y el restaurante en penumbra les soliviantó.

-Tenemos que irnos, gritó una de las mujeres.

– Claro, claro, se hace tarde.

 

«Qué malito estoy»

 

Pasadas las siete y media salían a la fría cara de una calle un tanto inclinada. Enfilaron lentos y como desarmados acera abajo. “Vamos a despejarnos un poco”.

El barrio aquel debería de ser algo raro porque vieron una sala de cine, y justo a su lado se desplegaba como un pavo real de merengue una espaciosa heladería-pastelería-cafetería. “Un cafecito con un dulcecito nos vendría bien”. Y luego vino un helado.

Juan -el que no iba a cenar esta noche-  giraba la llave de su portal pasadas las nueve y media. La casa estaba caliente y la perra ansiosa. Le alcanzó un enorme vahído y a duras penas pudo llegar al servicio. Luego –“qué malito me he puesto, qué malito estoy”– vino una cataplasma en la frente, una pastilla y una ronquera de dos horas y media.

A la una de la noche -“tengo el estómago como desconsolado”- mientras su mujer disfrutaba inconsciente de un ronquido lento y larguísimo, se consoló como un señor al tomar un pozal de leche templada y dos sobaos pasiegos. Durmió hasta las ocho de la mañana como un atleta tras una larga prueba. Tenía que reponerse. Pasado mañana se había comprometido a comer un cocido en El Charoles, de El Escorial. Para los que no conozcan el local quizás les baste con apuntar que es posible que ofrezca el cocido de cinco vuelcos más imponente del mundo.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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