Cuento de Navidad con ángel

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Se las prometía muy felices en estas interminables fiestas navideñas. La extra ya disponible, un bonus anunciado y el estómago y el ánimo en perfecta forma para digerir y administrar caldos, grandes bocados y las mejores emociones. Incluso su mujer, tan diferente a él, caminaba a gusto al lado de este deseo.

Así que iniciaron un periplo de placer realizando un corto pero jugoso viaje a Florencia, la capital de los Médici y la belleza. Llovía y hacia frío pero la risa y el buen ánimo son su mejor abrigo. El primer encuentro con “el sueño de Brunelleschi” fue un hotel en decadencia en Vía Roma, a dos pasos del imponente y casi amenazante Palacio Pitti. En el Annalena, todo está ajado y como a punto de caerse, pero las habitaciones son amplias y muy limpias, y el agua caliente y la calefacción no fallan, a pesar de que grifos, sillas y cortinas están en tenguerengue.

Luego vendría una nueva visita a los Uffizi, es decir al renacimiento pictórico más soberbio, y hasta las majestuosas aperturas a la perspectiva del divino Quattrocento. Todo en la Galería anuncia un mundo perfecto y la gracia que solo puede espolvorear el mejor arte pictórico de la historia. Una cena suculenta y barata amenizada por la sonrisa permanente del maître-director-propietario de todo aquello cerró el día. (Ostaria dei Centopoveri, Vía del Porcellana, 41)

 

Día 2

 

El día siguiente ya no fue igual, y no fue culpable el largo tiempo de espera frente al Duomo a cero grados y neviscando. A medio día “se le iba y se le venía” algo parecido a las cosquillas de un aleteo en la espalda; como si una pluma le frotase o acaso acariciase entre los omóplatos. Nada como para darle importancia, tal vez fuera el asomo de un incipiente cansancio tras las diez horas de pie y deambulando del día anterior.

El Duomo no fue nada inspirador. Al público que no paga para entrar le ofrecen sólo un trozo casi en penumbra de su majestuosidad. Tocar la cúpula de Brunelleschi u observar desde il Campanile  el tejado rojizo pámpano de Florencia tiene un precio que ya había pagado en un viaje anterior.  En la comida más convencional, más de turista en un restaurante próximo al gran recinto católico, ese remusguillo se hizo más insistente y acariciador. Parecía como si unas manitas invisibles quisieran hacer un hoyuelo entre las paletillas. Pero no le produjo alarma alguna: unos musculitos algo extraviados que quieren ordenarse, pensó. La excelente sopa minestrone (¡qué berza, parecía traída de Lalín!) acabó con cualquier espina de molestia. Y esa cerveza tan rica que tiran en el norte de Italia acabó con cualquier monserga.

A partir de entonces se olvidó del  movimiento de gorriones entre las escápulas. La tarde la destinó a disfrutar del trabajo de algunos artesanos/artistas que elevan magníficas salas en decenas de bajos de la vieja ciudad del Arno. Allí se siguen imprimiendo libros como los que encargaban los mecenas renacentistas y se fabrican las lámparas que Leonardo dejó garabateadas en algunas de sus libretas. También se pueden tocar encajes y brocados similares a los que lucen las grandes damas de los Uffizi; se fabrican joyas con las mismas técnicas de hace 500 años y se trabaja el papel con el mimo con que encajaba Juan Ramón sus estrofas.

 

Día 3

 

Al día siguiente (¿alguien había construido un nido en su espalda?) cambió el panorama de manera abrupta. Todo sucumbió a la zozobra, primero; a la indignación, después, y  culminó en un estado de cansancio infinito. Vueling (no viajen con esta compañía jamás, pues no es de fiar) canceló el vuelo de regreso tras anunciar durante más de dos horas que el pasaje estaba embarcando. El asombro y la indignación de casi dos centenares de pasajeros llegó a ser extremo, pues tras la cancelación, la compañía aérea no tenía más plan de crisis que el esfuerzo descosido de dos o tres azafatas -chapurreando un mal español durante tres horas- hasta entregar al pasaje que aguantó un papel que les permitía disponer de un trozo de pizza, un refresco y la oportunidad de un viaje en autobús a Roma desde donde partirían a media tarde del día siguiente hacia España con escala en Barcelona.

Descoordinación absoluta y engaño masivo. Aquellos que no estuvieran al loro de los nuevos tiempos, pudieron comprobar en su carne que un hombre en estas circunstancias no es nada, a nadie importa, ni siquiera es un recurso humano, ni a frío apunte en el muro del Twitter de Vueling llega. Tras día y medio de vagar por la geografía inhóspita de aeropuertos y hoteles que perfuma la lejía, dio con sus huesos en Madrid en una noche tan fría como la cara norte de los Alpes.

 

Un ángel en la chepa

 

A las ocho en punto de la mañana, recién duchado y desnudo frente al espejo, se apercibió de que por encima de su hombro derecho asomaba y se escondía un ramillete de plumas de variados colores. La gran mampara de cristal de la ducha justo detrás proyectaba sobre el espejo del cuarto de baño dos alas inmensas de más de un metro cada una. No notaba nada, sólo observaba cómo un abanico de urogallos que se movía con cadencia y suma elegancia.

Llamó alarmado a su mujer aún en la cama. “¡Me han salido en la espalda unas alas enormes, mira, mira!”. “Estás soñando. Anda vuelve a la cama que estás muy cansado” “Mira, observa las plumas”.  Y apretaba con su mano derecha un ramillete de nervios verdosos y azules que le mostraba. “Estás soñando, querido, no tienes nada en la espalda. Vuelve al espejo y mírate. ¡Solo estás en pelotas!” Desconcertado, corrió hasta el espejo. Su mujer tenía razón, el espejo solo reflejaba su cuerpo enclenque y cerúleo. Nada por detrás y menos por delante. “¿Qué me ha pasado?”.

De noche, cenando con su mujer, volvió a recordar el episodio. Ella, lista y amante del arte, lo tranquilizó. “La Galería de los Uffizi está sobrevolada por centenares de ángeles, algunos incluso con alas en forma de trenza de esparto. Es normal que después de cuatro horas paseando entre ellos alguno se quede en alguna chepa como recuerdo. No eres al primero que le sucede. “¿Estás segura?” “Segurísima”.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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