El vacío sobrecoge siempre. Un restaurante inundado de luz y aire, sólo moteado de camareros lánguidos que miran al infinito de la calle o un supermercado, con sus lineales repletos, sin el pulular de carritos por sus largos corredores, son imágenes sobrecogedoras, radiografías exactas de un tiempo determinado. La estampa de restaurantes vacíos es habitual en nuestro país – a pesar de no haber llevado su IVA al 21% – desde hace unos años; sin embargo, no es el caso de los supermercados, habitualmente bulliciosos y animados casi siempre por colas frente a las cajas y sus menesterosos en la puertas.
El supermercado tiene vida a pesar de la crisis por numerosas razones, aunque aquí me quedaré con tres principales: se ha impuesto como la tienda moderna; son numerosos, atractivos y competitivos, y suelen ser baratos. Porque en España, la distribución es de las más competitivas de Europa y sus empresas tan innovadoras como el sector productivo más puntero. Variedad, surtido, calidad, seguridad y precio suelen ir unidos. Tiene sus fallos, sí, el principal es que casi nunca suele explicar bien su relación con los proveedores (el tendero que estruja al pobre agricultor), y esos casos de enriquecimiento desmesurado, y magníficamente exhibido, de algunos de sus prohombres, pero en general es un mundo de gente discreta, hacendosa, competitiva y muy trabajadora.
¿Puede cambiar todo esto?. Es difícil, pero podría deteriorarse bien. La pedrada que le haría una gran brecha se llama impuestos. Nuestro voraz roedorzuelo, Cristóbal Montoro y toda una pléyade de consejeros de comercio y concejales de abastos no paran de maquinar nuevos impuestos, tasas y demás portazgos. Y en las últimas semanas crece, cual espuma de bombero, la amenaza de una nueva subida del IVA. El crecimiento de la hidra del fielato, no obstante, está teniendo un efecto positivo para el sector: le hace recelar contra todo poder público. A estos tenderos atomizados en diversas patronales y asociaciones profesionales y con tantas siglas sindicales como empresas, les viene aproximando el ruido de los impuestos. Son frecuentes las comparecencias públicas conjuntas y menudean las fotos de sus reuniones de trabajo asociado.
Y no es para menos. Saben que los súper e híper venden porque existen centenares de productos que no llegan a valer el euro, que el surtido abruma en numerosas cadenas y que con diez euros sacas una bolsa con comida para dos o tres días. Si esto cambiara…Por ejemplo, ¿resistiría este sector tan boyante en imaginación y recursos una envestida impositiva como la perpetrada sobre el cine y el mundo del espectáculo?. ¿Entrarían los mismos clientes a las tiendas si casi no hubiera productos a menos de un euro, o cuando la referencia de la compra mínina para subsistir fuera de 20 euros?. Parece que no. Ellos lo conocen y por ello batallan contra el reyecito de la calle Alcalá.
Porque ejemplos próximos tenemos. En Grecia muchos productos básicos se han ido al un 23% de IVA, y en Portugal ídem de lienzo. Los supermercados, restaurantes y bares se vacían y cada día que pasa una sombra azuloscurocasinegra se apodera de sus lineales y salones. Si en algo han de ser cuidadosas las autoridades fiscales es en el impuesto sobre el pan o la patata; la leche o la pasta… y el de la cerveza. Históricamente han tropezado siempre con este sacabocado porque es el impuesto más fácil de imponer y el que más rápido se cobra. Pero también el que más fractura social provoca y, acaso, el que más rápido llama a la cólera.
No me gustaría que en España siguiera creciendo el color de la pobreza y el abandono que ya tizna demasiado las calles de Atenas, Oporto o Nápoles, por ejemplo, porque a nadie le preocupe una subida feroz del pollo. Si tenemos que pagar la deuda a la banca alemana o aplacar la voracidad de los mercados con nuevos sacrificios impositivos, que no lo sea a costa del precio del huevo. Ya sabemos que los ricos de Europa y esos hombres de negro (y rotulador rojo) quieren generalizar el IVA por encima incluso del 20% porque no están dispuestos a soportar los altos IRPFs y sus empresas los onerosos impuestos de sociedades, pero en esta España tan golpeada por los mercados, nuestra megalomanía cateta y la crueldad neoliberal actual, no debería ocurrir nunca que a un kilo de carne sólo pudiera acceder aquel pertrechado de buena cartera. Esto ya ocurre con el cine.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.