La crisis de Ucrania abre los informativos de todo el mundo. La gente sencilla que no entiende bien de qué va el conflicto, mira para otro lado y se dedica a lo suyo porque «qué se nos ha perdido allí». Pero no deberíamos estar tan seguros de que esa tensión no nos afecta. De mano, los granos que alimentan el mundo han subido más de un 10 por ciento al temer los mercados por el futuro de las grandes cosechas ucranianas. El pan y los piensos lo notarán. Pero la partida estratégica que se juega va mucho más allá. Porque lo que de verdad interesa a Rusia en ese conflicto es Crimea.
Detengámonos diez líneas en esa bella y evocadora península bañada por el mar Negro. Crimea es la historia. Por ella se abrió al Mediterráneo el Imperio Ruso cuando, en 1783, Catalina la Grande derrotó a los turcos y descuartizó a los tártaros. Rusia empezó a ser una gran potencia mundial en ese mismo instante. Después ocurrirían numerosísimos episodios en el sur del Imperio de los zares, algunos tan cimeros que se quedaron atrapados en la tela de araña de la historia por centurias: la carga de la Brigada ligera, de 1854, ordenada por un estúpido Lord Cardigan, que reventó el honor ( y varios escuadrones) del ejército británico, el motín del Potemkin, de 1905, con el que luego Eisenstein inventó el cine moderno, el sitio de Sebastopol, de 1942 (millones de bajas) o Yalta. Ah, no olvidemos las imágenes impagables de los prebostes soviéticos y sus invitados en las dachas de esas playas ubérrimas.
Los rusos harán cualquier cosa por seguir controlando ese territorio. Incluso sacrificar millones de personas, si llegara el caso, como hicieran con el sitio de San Petersburgo en la segunda guerra mundial. Crimea es su base y su puerta del sur, el pilar que sujeta su orgullo imperial, la torre del homenaje de su patriotismo. Así pues, la pugna política y diplomática a la que asistimos los últimos días entre Rusia y Estados Unidos, con Europa metida en el mareo porque Alemania quiere mojar siempre, es puro teatro. Occidente sabe que Rusia no cederá y que el mal menor pasa porque la República de Crimea se segregue de Ucrania para integrarse en la Federación Rusa. Toda oposición a ese designio traerá graves consecuencias, especialmente para Europa, esa potencia económica debilitada, un enano militar, que se maneja en política internacional como aquél que olvidó que la cabeza servía sobre todo para pensar. Rusia estuvo muy herida pero ha vuelto. ¿Y Occidente, sube o baja?.