Hace décadas que los amantes del fútbol observamos el color del fango en su fondo de ojo. Nada es normal en la trazada del paso de señores como Lendoiro, Florentino o el ahora proclamado como gran tunante, Sandro Rosell. Pero son innumerables los dirigentes, representantes y correveidiles que viven cojonudamente del juego de pelota que más pasiones despierta en el mundo sin dar cuentas a nadie y, lo que es más grave, sin que se les pidan.
Pero esa bula que les permite manejarse como personajes de novela negra se pudiera estar marchitando. La crisis económica, y más, también les pisa los talones. Y no podía suceder de otra manera: si en nuestro país para pagar una deuda al Dresdner Bank, pongamos por caso, quitamos un trimestre de beca al joven erasmus, ¿por qué Montoro debería mirar hacia otro lado cuando el señor Javier Tebas, pongamos por caso, se lo pide?. Claro que la inercia de inexpugnables que aún los impulsa, les lleva a juramentarse en favor de causas tan vomitivas como la petición de indulto al expresidente del Sevilla, José María del Nido, un señor condenado a siete años de cárcel por el Tribunal Supremo a causa de sus manejos con otro «perla» ya fallecido, Jesús Gil.
Los 29 presidentes de clubes de fútbol peticionarios de gracia parecen estar imbuidos del mismo soplo de impunidad que hasta hace bien poco tiempo llevaba a políticos destacados a pasear su gloria ante la multitud en un Ferrari (Camps y Rita Barberá). Deberían reflexionar sobre qué les ocurrió después. O, sencillamente, que sigan con interés, y aprendan, del proceso que se abre ahora sobre Sandro Rosell al descubrirse la trampa que escondía el fichaje de ese chico tan habilidoso y listo llamado Neymar. Lo llevará a maltraer por un tiempo.
A los colegas de prensa que siguen este mundo, la mayoría de ellos inventores ingeniosos de palabras para jugar con ellas, animadores de retransmisiones divertidas, agitadores de las emociones más jubilosas y conocedores de lo que se cuece en las calderas del fútbol, seguramente se les ocurrirá que también hay veta para la diversión y el asombro en los despachos del balompié. No puede ser verdad que el ladrillero empapelado por su manejo trincón en la inmobiliaria, sea un seráfico dirigente de club de primera. Sí, disfrutar del genio de Messi, la pasión limpia de un Caparrós, o la velocidad felina y grácil de los cachorros de San Mamés, no debería servir de coartada para que en nuestro fútbol anide la omertà.
Venga!, que siga la racha, a ver si acabamos con tanto chorizo intocable.