Pensarán que voy a traer aquí El Quijote a pasear o quizás recordar un salmo de la Biblia. Pudiera ser también La Odisea o el teatro de Sófocles. Pero no. Ni siquiera me quema El Infierno de Dante o el llanto enamorado de Petrarca, la novela de caballeros medievales, como Amadís de Gaula, o mucho más recientemente los frescos históricos tan humanos de Guerra y Paz. No se arrastrarán por esta nota las cucarachas de La Metamorfosis y ni siquiera quedaremos atrapados por las humedades libidinosas de Madame Bovary. Aureliano Buendía no derramará una nota de su vida como eco de la magia y Rayuela no llegará para recordar cómo pudo quemar tantas literaturas anteriores. Ni siquiera traeré dos líneas de volcánico rojo sacadas de El Llano en Llamas y el recuerdo de un relato de esa joya llamada El Aleph. No, no me referiré a esas creaciones sublimes que moldearon las emociones del hombre y su conducta a lo largo de la historia. Ni siquiera apelaré a mi libro de cabecera durante treinta años: todo Juan Ramón, y a ese Principito oxidado por el tiempo y lleno de huellas de chocolate que fue la devoción de mis hijos apenas alcanzaron a entender las primeras letras.
Hablo de dos libros definitivos sobre cocina y recetas que cambiaron la manera de comer en España: “1080 Recetas de Cocina, de Simone Ortega (Alianza) y la Cocina Completa, de la Marquesa de Parabere (Espasa). Estos libros en mi casa son adorable reliquia y formidable presente, algo así como ese roble centenario que vemos desde ese ventanal íntimo que administramos cada uno de nosotros. Nos ayudan a encontrar la mejor manera de satisfacer los sentidos, calmar el estómago y dar sustento y felicidad a la familia.
No existe ninguna página de estos voluminosos libros (entre 700 y 900) virgen. Todas han sido leídas y la mayoría sobadas y manchadas de aceite, tomate, salsas, pimentón…Y centeneras de recetas digeridas. Con frecuencia pienso qué hubiera sido de nosotros, chicos y chicas emancipados o expulsados de la España rural – sin saber freír un huevo – de no haber encontrado el báculo de estas dos enciclopedias de las viandas.
El Simone Ortega llegó a nuestra casa por Navidad en su edición de 1982, diez años después de su aparición, y enseguida nos sacó de un apuro: cómo cocer las quisquillas que trajo la prima de Galicia. Tengo este ejemplar delante de mis ojos. Aguanta gracias a una prieta mano de cinta de embalaje marrón que embrida su lomo y el cuidado de nuestras manos de entomólogo cuando lo tratamos. Tiene las pastas roídas y todo su contorno es de ese color cobrizo que mana del tiempo. Las páginas de ensaladas, pescados o postres, las más frecuentadas, están salpicadas por centenares de gotas de otros tantos preparados y hasta recuerdos materiales descubro en ocasiones: una brizna de perejil sequísimo, rastros de maicena, el grano mínimo del ajonjolí…
El Parabere tiene el aliento de lo clásico. En ocasiones el texto coloquial y segurísimo de la autora te convence de que estás ante algo eterno, como si sus consejos y recetas vinieran desde siempre así establecidos y que solo morirán cuando acabe todo. Nos enseñó a descubrir la carne buena de la que no lo era tanto con solo la ayuda del ojo y que nuestra nariz pudiera advertir con más exactitud que nuestra cabeza contable el valor de los productos. La primera edición es de 1940. Otra época. Estaba destinado a la familia acomodada y la escasa clase media de aquella España, pero la osadía de su sencillez ha trepado por encima del tiempo con sus tumbas y nuestra historia. El ejemplar que poseo es de la edición de 1992 y lo estrené con su receta de merluza en salsa verde.
Nuestra cultura, preñada por la fuerza del racionalismo, hace que el intelecto prime sobre los demás chacras de nuestro cuerpo espiritual. En Oriente, y muy especialmente en China, estómago, corazón y cerebro están siempre en disputa por la primacía. El bienestar del estómago es tan principal como un corazón enamorado o la serenidad del espíritu. Estos dos libros nos han ayudado a encontrarnos con la paz de nuestra panza que huye de las cuchipandas, los entripados y demás excesos. Creo, además, que son el principio de la magnífica cocina de hoy en España, con unos efectos aún más decisivos: una fuente de salud, pues nos ayudaron a escapar poco a poco de los fritos y prestigiaron la verdura; a reducir las cargas grasas de los guisos de legumbre y utilizar el cuchillo y el tenedor orillando sutilmente la tan preciadísima cuchara.
Comparen cualquiera de estos dos libros con otros célebres recetarios del momento, seguro que apreciarán cómo confrontan cultura con mercado.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.
Este artículo huele y sabe a casa. El gusto por la cocina, por los libros, por las cosas que el tiempo carga de recuerdo y herencia. Las huellas de chocolate…las huellas. Sigue dejando por escrito lo que habita en tus tripas, remueve las mías.