El paisaje dominante en nuestros viejos cascos urbanos, y todas las periferias, es de negocios cerrados o languidecientes. Y también de héroes y amazonas que se enfrentan al destino a golpe de imaginación, planchas de pladur y la determinación del aventurero. Junto al local que se traspasa aparece otro que se resiste a morir. Y en el centro de las plazuelas con ajetreo de gentes siempre hay un soñador vigilante que mira a ese café y piensa que si fuera suyo estaría lleno de gente alegre siempre.
Así es el mundo del comercio: una pasión eterna por vender mucho y en todo momento. Vender es la esencia y última razón del mercado. Cuando las transacciones menguan, poco ayuda todo lo demás: ni el capital abundante, ni la mejor idea o la organización modélica valen. Ni siquiera la investigación, la novedad o el milagro protegen.
En estos tiempos el reto está en acertar en cómo vender. Es en este espacio donde bullen todas las iniciativas, se exhiben las propuestas, se lucha con la competencia y se reta al destino. La excitación por vender es universal, y a todos nos ha tocado alguna vez. Los gigantes del comercio y la tasquita apartada comparten la misma preocupación. Los primeros, hartos de pelear por el mejor precio y de luchar (qué fatiguita) con la gran marca – que se quiere imponer a lo L’Oreal «porque yo lo valgo» – han decidido darle la vuelta a sus tiendas.
Así, el Corte Inglés se ha tirado al océano de probar todo tipo de mudanzas y fórmulas de venta a fin de encontrar el negocio o tienda rentable. Tiene mil anzuelos en el agua. En uno o varios de ellos morderá el gran atún. Mercadona y Día recomponen el mecano de sus tiendas buscando el mejor tobogán por el que deslizar sus productos. Los valencianos se atreven a remover sus frescos ahora que el verano llega con su fruta por toneladas, y nuestra única multinacional de la distribución última un nuevo formato de tienda, o sea, una nueva puerta que abrir al mismo surtido aunque tuneado. Y así todos los demás. En poco tiempo sus formatos o espacios para la venta serán tan distintos y raros que sólo los distinguiremos por el nombre de la cadena y acaso por el color corporativo.
En el otro extremo del campo, el ajetreo no es mucho menor. Aunque menudeen esos taberneros de barrio que han tirado la toalla y esperen ansiosos la jubilación para dar el persianazo, y esas señoras con buen gusto que han comprobado que el textil es cosa de un señor llamado Amancio Ortega y de los siniestros telares de Oriente, la resignación no ha triunfado, pues la ilusión disputa con firmeza los locales de la calle al fatalismo. Las propuestas «para sobrevivir y triunfar» son innumerables. El único patrón que las une son «las ganas de salir de ésta». Incluso «triunfan» aquellas que defienden los negocios de los que han bajado los brazos como ese lío que ha montado en la red un vídeo llamado «La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado» (busquen por Google ). Se trata de una reivindicación de los bares tradicionales con sus platos abundantes y las raciones de siempre; sus ajustados precios y «el buen trato», frente a la invasión de «los modernitos» con sus raciones escasas y al doble deprecio, aunque eso sí «sirven en platos cuadrados».
Estas batallas se libran en los cascos históricos de todas nuestras ciudades, pero la crudeza con la que se combate en Madrid, Barcelona o Sevilla es feroz. El pasado viernes tome un gin tonic en uno de estos bares en la frontera de Madrid, esos que dicen a «los modernitos» que no pasarán. El ambiente era de franca camaradería, barrio, vitalidad y compromiso. Y la copa de oferta con una ginebra premium a 7 euros.
Luego están las propuestas que llamo larvas, pues están en un estado muy incipiente de desarrollo y casi ni pueden nutrirse por sí mismas.Vamos, que están expuestas a desaparecer de un solo picotazo. Pero son muy imaginativas, hermosas y definitivamente nuevas. Una de esas aventuras se llama Madway Madrid (www.madwaytomadrid.com). Su impulsora, la diligente holandesa Arma, sostiene que las posibilidades lúdicas de Madrid son infinitas, «queda todo por hacer pues sólo se explota el palacio real, los grandes museos, chueca y la latina». Ellos han iniciado una serie de rutas en grupos por Madrid a pie, en bici o corriendo. Y se abren a todos los costados de la ciudad «para descubrir sorpresas». Pero van a más: gestionan grupos para «hablar y vivir en español», descubrir los colores y aromas de nuestros jardines, «peladear, reír y cantar» por las calles, iniciarse en «el zapateao flamenco» y hasta se atreven con incursiones «en el mundo rojiblanco».
También ha nacido un grupo de soñadores que quieren pasear en bicicleta por los tejados de Madrid. Ya han realizado algunos ensayos «extraordinarios y muy excitantes». En esta feliz demencia coinciden con el Colegio de Arquitectos de la capital que llama la atención sobre el Dorado que esconden las cubiertas madrileñas.
Si fuera sicólogo diría que todo este tráfago de ingenios no es sino la consecuencia de un optimismo desbordante con ganas de disipar tanta niebla.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.