Pienso que así que pasen algunos años, si el mundo no se desmocha en el entretanto, lo que de verdad quedará como revolucionario del paso de Zapatero por el gobierno de España será el salto que dio la mujer en nuestro país. Poco a poco, casi como noticia de página par, pero diaria, se van introduciendo leyes, programas, prácticas políticas que informan cómo la mujer, su empuje y sus objetivos concretos y muy pragmáticos, imponen un liderazgo político muy por encima de cualquier otro colectivo humano o grandes dinámicas públicas, llámense éstas cambio climático, migraciones o internet y su revolución de las comunicaciones. Sólo están por encima de su jerarquía ciudadana la crisis económica y sus efectos y esa guerra lejana pero tan presente que mantenemos con el fundamentalismo islamista. Debido a ello, este movimiento que va mas allá de la búsqueda de la igualdad hombre/mujer, ha sido colocado en el punto de mira de la derecha ultra que hoy lidera el espacio conservador de nuestro mundo occidental. Se le respeta, y teme, más que al movimiento verde, pero éste ha hincado la rodilla en Copenhague y el de la mujer no. Y no amainará su fuerza transformadora. A pesar de lo que algunos creen, está sólo en sus primeras etapas de desarrollo. La última demostración palpable la hemos visto en días pasados en la reunión de mujeres africanas, europeas y latinoamericanas de Valencia. Las
españolas que siguen estos encuentros (una iniciativa por la que acaso será recordada en el futuro la vicepresidenta De la Vega) sostienen que el futuro (y la fuerza) de África está en sus mujeres. Después de tantas vueltas, revoluciones y hambrunas, resulta que la esperanza del continente negro no está ni en la inversión, el desarrollo, la educación, la democracia… sino en el corazón de sus mujeres.