Llegará un momento en el que habrá un día, todo un día completo, que deje de rebotarnos en la cabeza y el pecho esa palabra maldita llamada crisis que ahora nos abre en canal. Cuando ello ocurra, ojalá sea pronto, descubriremos que somos personas bastante mejores de lo que ahora nos consideramos y maldeciremos esos interminables meses de pasión que nos endilgó la codicia de unos pocos y la impericia de otros tantos. En ese instante comenzaremos a hacernos promesas como esa de “juro por mis muertos que no me dejaré embaucar por un banquero jamás”, aunque, sabemos, se irá diluyendo con el paso del tiempo. Pero ese instante aún no ha llegado. Ahora no nos alcanza siquiera imaginar que puede existir un instante así. De hacer caso a las encuestas realizadas en las últimas semanas de 2009, el estado de inquietud, cabreo para ser precisos, de una parte más que notable de la población es enorme. El muy rico, el que no lo es tanto, el profesional forrao, el funcionario que nunca dejará de serlo, ese que tiene el negocio estable para toda la vida y así, manifiestan temor e inquietud, incluso no son los menos quienes se confiesan asustados. ¿Qué pensará entonces el parado, el que sabe que mañana pasará a serlo, el del contrato con alfileres? Es fácil adivinarlo. Para sortear tamaña tensión necesita poner una cara responsable de todo lo que le ocurre y estrellar contra ella su enorme rabia y decepción. Y es bien fácil encontrarla. Desde que asomaran las primeras nubes blancas anunciadoras de la borrasca de la crisis, que venía del oeste norteamericano, en España se empezó a poner nombre al temporal, de la misma manera que en el Caribe bautizan con nombres, (casi siempre de mujer), a los ciclones. Aquí le llamamos Zapatero y se acabó. Hoy el Presidente del Gobierno y su partido comienzan a recibir resultados de tantos meses de acusaciones, dudas y también de errores propios. Muchos votantes manifiestan que dejarán de apoyarles. Algunos, pero sólo algunos se mudan al PP y otros partidos, la gran mayoría permanece instalada en el gran partido del cabreo y la decepción. Veremos cuando lleguen a tener un día completo sin pensar en la crisis a quien votan.