José Antonio Griñán dijo en una conferencia pronunciada el pasado jueves en Málaga que la actual crisis económica no es del sistema (capitalista) sino del modelo, o sea de la manera de llevarlo a la práctica. También afirmó que no hay alternativa al capitalismo (no citó que tal evidencia se explicitó gráficamente con la caída del Muro de Berlín, aunque la mayoría no quisimos verlo) y realizó algunos comentarios más sobre la socialdemocracia como el mejor modelo de interpretación del capitalismo, el más democrático, social y justo. Sentenció que el presente desplome económico del mundo occidental (y de nuestro ánimo) no ha sido por causa de la codicia de unos millares de banqueros y sus cuates, sino como consecuencia de una lucha de poder: los grandes financieros y empresarios le disputan a los gobiernos de todo el mundo también el poder político, el de decisión, ese que se explica (o no) en los boletines oficiales de los Estados. Éstas y otras afirmaciones graves las realizó ante unas 200 personas, la mayoría empresarios, y no comprendo bien por qué todos aplaudieron más allá de la cortesía. Claro que también confidenció su sospecha de que no estaba seguro de que todo o parte de este descarrile pudiera ser enmendado por el G-20 en acuerdos futuros. No sé por qué pero oyendo estas reflexiones del Presidente de la Junta de Andalucía me vinieron a la mente los líos actuales del PP. En un instante vi como las palabras de Griñán eran una parábola, una metáfora de su presente calvario. Es decir, no hay que temer por el PP, su problema es de modelo, es decir, cómo gestionan a este partido quienes lo dirigen o aspiran a su gobernanza; que este partido no tiene alternativa por la derecha o el centro pese al terremoto que azota sus costillas hoy y que se colocarán en el mejor camino para disputar el gobierno Zapatero así que adecenten un tanto ese camarote de locos ambiciosos que es Génova 13. Además, y para esperanza de Esperanza Aguirre, pudiera ocurrir que la paz en ese partido (como pudiera suceder en el G-20) viniera mediante un golpe de autoridad, o sea, como siempre en la derecha.