Hace unos días leí un comentario sorprendente: un dirigente del PP se manifestaba indignado «por la invisibilidad» del gobierno de Zapatero ; demandaba mayor presencia y participación pública de los ministros «desaparecidos», y concluía rematando que un gobierno así (el PP sostiene que es el peor de la democracia) era indigno de España. Si no lo hubiera leído, jamás hubiese dado crédito a tamaño empellón político, porque lo normal sería que el dirigente popular se felicitara, pues esa inania pública del Gobierno le daría ventaja electoral. Pero no, el PP también se enfurruña cuando el adversario le facilita la tarea. Claro que, con independencia de a quién beneficia o no esta peripecia política, lo llamativo de verdad es que el eclipse público del Gobierno es tan aturdidor que hasta consigue confundir a aquellos que más pudieran rentabilizarlo.
Zapatero debería mirarse esta evidencia. Buena parte de sus ministros están como escamoteados, aparecen solamente cuando acuden a sofocar «algún incendio» o porque disputan entre ellos atribuciones y competencias. Ocurre así que si hacemos excepción de los vicepresidentes, los ministros de Interior y Defensa y ese trotamundo que es Moratinos , los demás no son sino ciudadanos anónimos. Parece que salen algo en los medios cuando viajan fuera de Madrid y que incluso alguno de ellos es reconocido al pasear por su pueblo o ciudad. ¿Pero es esto suficiente? En una democracia avanzada donde la presencia pública, la competencia, la gestión y los gestos son capitales ¿qué rentabilidad política y pública tienen estos ilustres funcionarios desconocidos? No es extraño pues que Zapatero les saque cinco cuerpos a los miembros de su Gobierno, con independencia de la valoración que demos al presidente.