Lo peor del 2008 es que le sigue el 2009, o sea, la ruina. Esta sentencia es la que transpiran todos nuestros poros sociales. Así, cualquiera que hable de esperanza y recuerde como «después de llover siempre escampa» es poco menos que un gili. Ocurre como en el 2006, aunque al revés; entonces disparábamos contra todo aquel que llamara la atención sobre el desaforado consumo que practicábamos. A la mayoría de los occidentales nos ha atrapado una suerte de canguelo bíblico por esa parte que sabemos. Es muy difícil ver con claridad. Necesitamos calma para comprender que la economía mundial y la propia pasan por graves problemas pero nada más.
Tampoco Zapatero va a permitir que nos gobierne la masonería internacional y no es probable que los inmigrantes se coman nuestro pan. Es solo una crisis económica de caballo, no el fin del mundo. Si fuéramos capaces de admitir como cierta esta verdad de perogrullo habríamos dado el primer paso decisivo para salir de esta nube depresiva colectiva. Es cierto que estamos infectados por una crisis de confianza morrocotuda, faltan auténticos líderes mundiales, regionales y locales, ausencia pavorosa de ideas nuevas y portavoces de esperanzas.
Es decir, conocemos algunos de los remedios que necesitamos con urgencia. ¿Por qué no salimos en su búsqueda? ¿Tan difícil es encontrarlos? ¿Acaso no existen? Es fácil responsabilizar a los ricos, a los banqueros o incluso a Bush Estos son los malos de siempre que en esta ocasión ¡hasta han sido estafados por un tal Madoff ! Se trata pues de identificar qué personas, qué ideas y qué despliegue mediático son los más adecuados. Nunca antes las cumbres G fueron tan necesarias y los nacionalismos tan prescindibles.