
El Informe del Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, sobre el drama de la pederastia en la Iglesia católica es abrumador no solo por los datos que alumbra y las conclusiones a las que llega, sino también por la enorme repulsión que traslada. 440.000 infantes y jóvenes abusados es una cifra muy abultada, aunque conociendo la libertad e impunidad absolutas en las que se han venido manejando a lo largo de años, décadas y hasta siglos la Iglesia católica y sus pastores en colegios, iglesias, sacristías y mil recovecos sagrados más, no sorprendería demasiado si se le añadiera un cero a la derecha de tan llamativa cifra. Ochenta años de impunidad, casi en su totalidad sin control alguno, dan para innumerables estragos.
La Iglesia católica (en adelante, la Iglesia) ha mantenido un gobierno absoluto sobre la mayoría de conciencias desde siempre. Compartió el poder con los reyes, naturalmente por encima de ellos; y cuando recientemente en la historia se le aparta de ciertos privilegios terrenales, supo manejar bien su ascendencia ante dios -pues solo ella los detenta en monopolio entre nosotros- hasta llegar a crear una atmósfera de poder privativo al que nadie, salvo sus miembros destacados, puede acceder; y a quien todos obedecen.
Los llamados comúnmente curas y monjas -por cierto, sorprende la ausencia de ellas, o casi, en el Informe Gabilondo, pues las damas negras de la noche han llegado a ser un clásico en el terror de innumerables internados de chicas- son los únicos y exclusivos representantes de dios en la tierra, un rango de excepción e indiscutible desde el principio. Así pues, ¿quién se atreve a polemizar con los vicarios de dios en la tierra de María Santísima?
La historia, no obstante, fue limitando sus fabulosos poderes terrenales; pero no por ello declina, sino que refuerza el valor de su monopolio ante dios en el que se reafirma, exhibe, ejerce y explica con profusión en encíclicas determinantes, pastorales profusas y encendidas homilías. Su inmenso poder e influencia sobre hábitos y conciencias humanas, en fin, se redefine y ordena en confesiones y confirmaciones que se refuerzan (refrescan) en el resto de sacramentos.
«Se llena el enorme vacío que tenía España».
En el siglo XIX revolucionario europeo y americano de nacionalismo y sangre, la Iglesia logra imponerse a los Estados, a pesar de la rebeldía burguesa y las turbulencias en la masa de vasallos y esclavos, hasta reafirmarse en lanza contra las desviaciones del individualismo, el pecado de la protesta y dique de contención de las conciencias contaminadas por las peligrosas teorías en favor de la libertad y el libre albedrío. La Iglesia no pierde su más querido atributo de guardián de conciencias.
El alegato público contra los abusos sexuales habidos en los diversos ámbitos de la enseñanza gestionada por la Iglesia desde una institución pública y constitucional como es el Defensor del Pueblo, que se apoya en los trabajos de una comisión de expertos amplia y plural, viene a llenar el enorme vacío que tenía España en la materia. La increíble cerrazón de sus obispos -“solo han sido casos aislados”, decían-, la tibieza de los poderes públicos que no insistieron lo suficiente para buscar la verdad y, digámoslo claro, el enorme (a veces espeso) silencio de la mayoría de la población española no se han compadecido con la viveza en la reivindicación de otros atropellos pasados que investiga nuestro presente.
Ha tenido que ser el escándalo sucedido en otros países, también heridos por los abusos de religiosos católicos, como Estados Unidos, Francia, Australia y hasta Irlanda y, por qué no, la insistencia de un periódico influyente como El País, quienes hayan provocado que avive la investigación de estos atropellos.
«La Iglesia lo negará todo».
Pero no convendría engañarse: la Iglesia lo negará todo y combatirá los datos y el valor del Informe Gabilondo. Y no es descartable que logre embarrarlo con la ayuda de sus guerrilleros de siempre. Al fin y al cabo, es una de las grandes instituciones occidentales que mejor entrenada está para combatir a quienes la critican y discuten sus doctrinas o prácticas privadas y públicas. Es conocido que siempre tiene a mano el demonio de cabecera adecuado con el que identificar a quienes le discuten.
El Informe Gabilondo solicita indemnizaciones públicas para los abusados. Es una buena medida, aunque nunca se les resarcirá suficientemente por el enorme mal que se les infringió y que tantos aún arrastran. El Estado fue quien concedió derechos omnímodos y canonjías mil a la Iglesia para que esta gestionara a su albedrío la educación de tantos españoles. Se desentendió de lo que pudiera ocurrir en aulas y residencias dejando que ganara el silencio.
El voluminosísimo Informe Gabilondo tiene párrafos bien expresivos sobre el particular: “…hay evidencias de que el clericalismo, fuertemente arraigado en el seno de la Iglesia católica, la sacralización de la figura del sacerdote como representante de Dios en la Tierra, la soledad de muchos clérigos y la asunción problemática de la sexualidad son factores que han podido propiciar los abusos” (…) «Durante mucho tiempo la Iglesia católica ha percibido los abusos sexuales más como un pecado del abusador que como un daño causado a la persona abusada”.
…Y, sin embargo, existen muy pocos alumnos de entre 45 y 75 años, que hayan pasado por colegios o residencias de curas, monjas o asimilados y dispuestos a hablar sobre la materia, que no cuenten -o ellos mismos hayan sufrido- un episodio o varios de estas acciones tan repulsivas.