La propaganda es a los gobiernos como el maquillaje a la mujer o al hombre: disimula defectos, imperfecciones y complejos cuando ella o él pretenden aparecer sencillamente hermosos. En ocasiones, sin embargo, no logran conseguir ni una cosa ni la otra, sino que conduce al fracaso. Recordemos, por ejemplo, el reciente bochorno que pasó el abogado personal de Trump, Giuliani, cuando le chorreó el tinte capilar por cuello y mejilla en pleno directo televisivo.
A Pedro Sánchez le ha sucedido los últimos días algo parecido. Es cierto que a nuestro presidente no se le ha escapado una gota de sudor furtiva durante sus interminables minutos de comparecencia pública para hacer balance del año, pero su percance ha sido incluso más grave: la mayoría no lo ha creído. Hasta los medios y comentaristas proclives a comprenderlo han llevado el relato de sus méritos hasta la página par del periódico y la feroz crítica hasta la solana de las impares más visibles.
Ninguna batalla política se gana con los números más suculentos. Ellos son – salvo que se expliquen parloteados por Woody Allen – eterna frialdad. La propaganda política es una materia prima hermana del sensacionalismo periodístico, y semiólogos hay que hasta la emparentan con la simulación y la mentira con que algunos padres explican a sus hijos el mundo.
Lo cierto es que todos ellos – políticos, periodistas y padres – saben que confunden y mienten, pero entienden que es la única forma que tienen de ganar. Se trata en último extremo solo de triunfar. Pero hay que saber elegir cuándo se puede, como es el caso que nos ocupa, y el momento y las maneras más apropiados para dar la batalla de la propaganda.
“El Gobierno ha cometido una doble torpeza”.
El día 29 de diciembre de 2020 no lo era en absoluto. A un país de luto y exhausto, que vela a más de 50.000 cadáveres imprevistos, con la ventana del futuro semicerrada y oscura a causa de la densa niebla llamada futuro, no se le puede explicar lo que ocurre con porcentajes de éxito, ni llamar a prestigiosos profesores, y hasta sabios, para que proporcionen el método sobre el que ordenar los hitos de la gestión de su gobierno.
Es verdad que numerosos países democráticos acuden a fórmulas parecidas. Existen mejores y peores, pero por la que ha optado nuestroGobierno no era la mejor ni ha escogido el momento adecuado para ponerla en práctica y, mucho menos, para autocalificarse de sobresaliente cuando aquí tenemos la certeza de que todos estamos en suspenso.
Ha cometido, además, una doble torpeza añadida. De nuevo, es el presidente Sánchez – la persona que más odio acumula del Otro político – quien pasea el laurel insípido de su éxito por millones de pantallas de televisión, ordenador o teléfono. Y dos: acude a la larga comparecencia ante periodistas para dar noticias que se salen del estricto guión de rendir cuenta de su gestión. Anuncia la elaboración de una Ley de la Corona, una “hoja de ruta” para modernizar la monarquía, y a partir de ahí, todo lo demás acaba convertido por los medios en relleno impropio de palabras tuneadas.
“Lo real acaba siendo aquello que mejor venga”.
La propaganda siempre le fue bien (y continúa yendo) a los partidos, gobiernos y naciones autoritarias o fundidas en los mares pegajosos del nacionalismo, pero no tanto a aquellos otros a los que se les solía hacer bola al masticar la exageración y la mentira. Claro que esto pudo suceder más bien en años pasados, en tanto que ahora, la ferocidad tiránica de las redes sociales y el populismo ambiental impiden que se expliquen las cosas como debiera. Así que lo real acaba siendo aquello que mejor venga a la ruidosa lengua de la confrontación.
Esperemos, en todo caso, que todo vaya decantando hasta lograr que identifiquemos verdad y belleza – si es que en realidad las hay – en el fresco que nos pinta la mano del hombre del nuevo tiempo. Recordemos – a fuer de ser bien esperanzados – el escándalo que supuso la presentación del cuadro “Las Señoritas de Avignon”, de Pablo Picasso, cuando solo acababa de echar a andar el siglo XX. ¡Qué caras! ¡Qué colores! ¡Qué monstruos! Bueno, pues sin el cubismo y el milagro de la mano del malagueño, las formas, figuras y acaso también el canon de belleza de nuestro tiempo no serían los mismos.
Igual sucede con el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) y los progresos del algoritmo: se encuentra una manera más rápida y eficaz de explicar lo que sucede que con las posibilidades que nos proporciona la humilde herramienta de la palabra.