Y otro webinar

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Regresamos de las vacaciones más amenazantes que nunca y en el teléfono se agolpan invitaciones – algunas bien insistentes – para que participemos en los más dispares webinars (otro palabro). Los profesionales con alta necesidad de relaciones sociales pues necesitan el contacto con otros para construir su muñeco diario, son los más precisados del invento y, a la vez, más expuestos al coñazo de este nuevo embeleco social en el que uno, dos o más ponentes peroran durante un tiempo más o menos tasado, en tanto los conectados al foro virtual atienden, o no, desde su ordenador, tablet o teléfono; y solo los más osados, los ansiosos de notoriedad o interesados en que quede una preguntita (o un pullazo) volando en las ondas, se atreven a saltar al ruedo.

Para mí que se trata de otro de los inventos inútiles surgidos al calor de la pandemia, auspiciado por los más avispados relaciones públicas empujados, a su vez, por los explotadores de decenas de soluciones tecnológicas que vienen a salvar su fee mensual en tiempos tan difíciles. Y todo este mundo ha quedado atrapado en el trasmallo de su acierto. Porque, vamos a ver, ¿qué puede hacer sin ágora y sonrisa que repartir tanto intermediario exportador o comprador de influencias; vendedores de humo y mentiras; golfantes sin malicia; fabricantes de sofisticadas soluciones para todo (los tres en uno de la trápala); insidiosos, vanidosos y artistas del vídeo, el celofán y la enciclopedia constreñida en una frase feliz; el complot que casi nunca se lleva a cabo y la construcción lenta o fulminante (casos se dan) de una influencia?

La pandemia que encerró a la mayoría con su larga estela de prohibiciones y renuncias para el contacto, la comida o la copa (adiós a los besos en la mejilla), bien podría haber enterrado en vida a esta fauna poblacional, sobre todo urbana, que si bien es más aire que sustancia, aún no ha habido algoritmo matemático que la deje a la cuneta.

 

«Son malos tiempos para los vendedores de milagros».

 

Con todo – y a pesar de que el bla, bla, bla de unos y otros desde la piscina, el cuarto de baño o el despacho oscuro, les está salvando por el momento el jornal – están hasta las narices de webinars; esos desayunos o meriendas en el aire que los lleva al bostezo; al nervioso atender el temblor del teléfono; desanudar o atusar la corbata; mesarse los rizos o recomponer la laca de uñas, mientras el catedrático de universidad o el director general de ministerio técnico exponen y repasan sus vídeos animados con impostada  expresión.

Pero los más experimentados lobistas y los abanderados del patrón se vienen repitiendo una y otra vez: “No es esto; no es esto”. No saben trabajar sin devorar con sus ojos de encanto y maneras de edecán educadísimo al hombre o mujer que han señalado como objetivo; necesitan intimidad para hablar de lo suyo que siempre es lo importante, crucial y urgente. Además, sospechan que, a pesar de haberse levantado tantos muros contra el virus, su principal adversario terminará por colarse en el despacho adecuado y en unas semanas se enterará por la prensa de que se llevó la concesión. Sí, definitivamente: malos tiempos para los que viven del ruego, los vendedores de milagros y los constructores de pasarelas para que desfilen sus palmitos.

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