
LA MANO SOBRE EL ALFÉIZAR
No dejes pasar este momento,
la mano reposada sobre el alféizar
con todo el mundo permitido a la vista.
Presientes la brisa arroyo abajo
y la defensa sonora del verderón
te ensancha el pecho.
La luz de junio se hace plata
y crea la eternidad
en este instante.
Los árboles en el horizonte,
centinelas del aire,
cuidan de la zorra y el cuco.
Y un aprisco desmochado
se defiende del vuelo
de la almarciga de colmenas.
Acaricio sin pretenderlo
la piedra caliza que me roza la mano.
La rapaz amiga ya vuela,
prepara la comida.
Todo se mece
en un polvo amigo.
El temblor del sol
me marca la cara.
Como si fuera
el único Dios en la tierra.
Así, escuálidos, como asustados ante el abrazo recio de la yerba y los
cíclopes verdes que les vigilan. Esa es su condición, proporcionar belleza
liviana y darse el gusto de colorear la débil brisa de la tarde.