Ojo verde de caniche

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Mayo es la primavera, el mes más propicio para respirar hondo y almacenar esperanza. Lo sabemos desde siempre, aunque cuando fuimos niños una Iglesia muy presente nos lo intentó aguar con rezos a la virgen María entre flores robadas. Pero el color vencía a los altares fingidos y hasta las imágenes de yeso sonrosado nos guiñaban cómplices como diciendo: “Anda, vete y retoza”. Mayo es el mes de los boquerones y el jurel, la sardina y la jibia, y años más tarde también del rape y el atún del Sur. Los albaricoques tempranos, las primeras cerezas y las últimas fresas; el tiempo de las lechugas tiernas que cancelan el fuerte olor a invierno de la espinaca, la acelga y la coliflor. Mayo abre la cancela de la huerta – que es el verano – tras la que respira la judía verde y la berenjena.

Así que este fin de semana de sol sin restricción aproveché para abrir la terraza, extender el toldo y poner el disco más largo de Sergio Mendes & Brasil66. Coloqué al fresco unos cuantos tesoros del tiempo y un pan de centeno oscuro y esponjoso, dos aguacates hermosos de hueso pequeño que se pelan con la facilidad de la cebolla llorona, una lata redonda de anchoas, regalo de Paco, traída de San Vicente de la Barquera, vino blanco de Rueda, Cachazo de 2018, y para el lomo de atún, el tinto 30.000 Maravedíes, un garnacha auténtico de Madrid. Kala continúa durmiendo en su almohadón estampado sobre el que cae toda la luz posible del Sur, y el sol todavía no pega lo suficiente; no ha nacido aún la chicharra y la garganta corre animando el oído y alegrando el espíritu.

Ella ha dispuesto unas aceitunas negras de Campo Real sobre el velador platino, patatas fritas y abre tres cervezas Alhambra 1925, el mejor invento cervecero en España en el último cuarto de siglo. Whu ha descubierto esta mañana la primera pareja de oropéndolas y se emociona al contarlo. “Nunca he visto sus nidos”. Disponen los tapetes y platos de colores. Ahora suena en versión bonova jazz una conocida canción de Simon and Garfunkel mientras quito la cáscara al aguacate como quien descorcha un alcornoque bonsái. Está impresionante: seda salvaje y tierna parece. Tras abrir la lata de anchoas, huele a yodo y salmuera. Whu me acerca hasta la boca dos trozos yuntos de rabanillos con sal y aceite verdísimo. He acabado con la cerveza, tendré que contenerme. Cortamos el pan en pequeñas rebanadas. Pasan las dos de la tarde. “¡Quién saca a Kala a hacer sus necesidades!” Nuestra abuelita caniche, ya muy canosilla, es perezosa y refunfuña, pero al abrir la puerta se sacude y trota con viveza hasta la calle.

 

Un manojo de luz

 

Ya tengo la bandeja repleta de tostadas; ahora toca rociarlas con una gotas de aceite cordoliva recio, que ya colorea ambarino y dorado, y untar la pulpa del aguacate hecha crema. Se prepara rápido; además da gusto. El aceite para freír los boquerones huele a hierba. Pronto aparecerá el gato vecino, “el gato ladrón” que decía mi abuela. “Échalo de ahí, José”. Ella alaba con una exclamación de satisfacción el vino blanco: “¡Qué bueno y fresquito está!” Los boquerones se fríen en una bocanada; mínimos y casi dorados, parecen chanquetes venidos a más. Whu ya ha vuelto, me deja cerca el catavinos mediado de fino de Montilla, un Cobos. No bebo más blancos que los tradicionales andaluces. Ella va colocando las anchoas sobre el manto de aguacate con el mimo de quien borda filigranas en una chaquetilla torera. Y sobre cada una coloca hojitas menudas de yerbabuena. “Le pones una gotita de vinagre al llevarlas a la mesa”, me dice.

La gran sartén para pasar las rodajas de atún me reclama con su crujido inaudible. Ha terminado el CD de Sergio Mendes; ahora suena una delicia flamenca de Niño Josele. “No me dejes el atún crudo”. Dos minutos por cada lado para nosotros y tres para ella. Whu ya está sentada junto la mesa. Saco el atún y lo bautizo con unos granos de sal gorda. “Al atún a la plancha hay que echarle la misma sal que al chuletón, pero la mitad que a la carne”, me dijo un día el viejo Currito en su restaurante, como un reino, de la Casa de Campo de Madrid. También le espolvoreo unas motas de pimienta negra.

Ya en la mesa abro el tinto. Miro al horizonte. Ochenta kilómetros al frente diviso las Montañas de Felipe que en este mediodía claro de primavera alta llegan en ráfagas de malvas difusos y un tanto apagados por la distancia. Kala se encarama a mi pierna; pide una pizca de lo que haya. Le acerco hasta el hociquillo una rebanada de aguacate y anchoa; huele y observa con suma atención; un golpe de suave viento levanta el faldón del toldo por donde se cuela un manojo de luz que enciende sus pupilas agotadas y le graba el ojo de verde: ojo verde de caniche.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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