
Comienza la campaña electoral y apenas se oyen palabras que vengan a calmar la ira y la enorme decepción de aquellos que se han quedado fuera del circuito del trabajo y de un cierto bienestar.
Esas palabras deben de venir de líderes solventes y sensibles que crean que manejando la economía de otra forma aparecerán las respuestas. El profesor Antón Costas escribía la pasada semana en La Vanguardia lo siguiente: «Necesitamos fomentar una economía vigorosa e innovadora; una gestión macroeconómica que evite recesiones largas; unos mercados de bienes y servicios competitivos que impidan que las empresas con poder en los mercados exploten a sus clientes (…). Una nueva ética empresarial cuyo fin no sea maximizar el valor para los accionistas y directivos sino el valor para el conjunto de la sociedad empezando por sus trabajadores».
Parece un brindis al sol, una utopía. Pero no lo es: ese momento ya se vivió en Europa durante tres largas décadas después de que acabara la II Guerra Mundial, y en España después, aunque duró bastante años menos.
Los socialistas de Pedro Sánchez apuntan en esa dirección, en tanto que los populistas de derechas e izquierdas, con buena pituitaria para oler el malestar de quienes sufren, sin embargo, no saben cómo remediarlo y proponen el disparate de la autarquía y otros proteccionismos, o subidas exageradas e imposibles de impuestos.
La derecha conservadora, por su parte, va aún más allá: como los republicanos de Trump, sencillamente, se olvida de la población que lo pasa mal y se centra en aquellos que sólo atienden a las bajadas de impuestos y las políticas rudas que imponen los mercados.
Se impone la astracanada
Con todo, de lo esencial para el bienestar ciudadano se habla y se dirá poco. Se impone el debate catalán y la astracanada. La gran manifestación que denuncia “La España vaciada” fue respondida por la derecha enviando a sus líderes a fotografiarse sobre un tractor y prometer bajadas del IBI.
La democracia tiene severos problemas y este es uno de los más relevantes: dejar descolgada del bienestar a una parte bien notable de la población. La desigualdad, el trabajador que no puede vivir con su sueldo, la clase media que se diluye y proletariza, es el cambio climático que achicharra al sistema democrático.
Los socialdemócratas afirman que son conscientes del problema, pero de momento nadie es capaz de torcer el discurso dominante del mundo financiero y empresarial. En un magnífico y expresivo fresco empresarial organizado hace unos días por el El Confidencial y PIMCO, el discurso de la ministra de Economía Calviño – que para sorpresa de muchos, además de macroeconomía, habla de pobreza y brechas territoriales – fue arrollado por la urgencia de las últimas semanas: las tensiones políticas y comerciales internacionales; Trump y China; y qué será de nosotros los europeos tan antiguos y demócratas.