Ese estómago que tenemos

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Bullito tiene tres años y desde antes de cumplir el primero come aceitunas con la misma avidez que el rabilargo, y produce el mismo destrozo en el entorno que el pájaro. A Bullito le van también las alcaparras, que come como cerezas, y no le hace ascos al limón. Esas papilas de baku y un estómago de acero (por ahora) tienen una consecuencia positiva: detesta el azúcar.

Bullito no come caramelos ni lame Chupa Chups. Vamos, que desconoce ese mundo de chuches tan extenso y diverso en oferta como la variedad oceánica en ropa para mujer. No obstante, todo el mundo le da caramelitos que él acepta, da las gracias y guarda en uno de sus bolsillos. Y en casa de los abuelos tiene “que nosotros sepamos” al menos tres lugares donde los guarda: en un cajón de la mesa a la entrada de la casa; en una mini coqueta de juguete y pinchados en un exhibidor de Chupa Chups que le regalaron.

Bullito está menos expuesto a las caries y a la grasita abdominal que la mayoría. El suyo es un caso particular, pero sospecho que nada extraordinario. Dicen los familiares que ya su bisabuela era igual, que hasta bien pasados los setenta años mantuvo un tipo espectacular.

Pero existe un abultadísimo número de casuísticas (también rarezas) frente al yantar. Lola, por ejemplo, se nota saciada “y me inflo ipso facto” al poco de tomar un par de canapés de espárragos con una lámina de mayonesa. Y Pepe lleva comiendo cocido toda la vida sin haber conocido jamás el flato y la pesadumbre de estómago. Luisa no puede con la verdura de hoja: flato, retortijones y hasta mareos le produce. Pero su marido devora las huertas como la yegua preñada se las tiene con el prado en primavera. Muchos no admiten el pimiento y otros tantos se atragantan con el perejil.

Frente a un plato el hombre es muy suyo. No solo somos comilones o asquerositos; tragaldabas o escrupulosos; alcoholeros o abstemios. Nos diferencian millares de aspectos más. Aunque supongo que buena parte de estos rasgos que nos distinguen vienen siendo estudiados y razonados por las ciencias de la salud y nosotros poco sabemos de ello.

 

Disfrutar del bocado

 

Hace años tuve trato durante unos meses con un relaciones públicas (no recuerdo ahora el nombre) que de repente palidecía y corría en búsqueda de frutos secos (panchitos sobre todo) como un poseído. Necesitaba su grasa con urgencia. ¿Su grasa? “Sí, no asimilo la grasa animal y tengo que buscarla por otros medios?” Era un alfeñique; espigado, elegante y muy animoso; no hacía deportes exigentes porque se agotaba: “Gimnasia sueca y andar siempre”.

En los últimos años, la alimentación además se complica: crece la seca y la mezcla de múltiples productos junto con aditivos, colorantes, espesantes y, ya se sabe, todos los químicos con nombre de robot de La Guerra de las Galaxias. Así que los millones de consumidores con pegas están alerta a “como sentará” lo nuevo a su cuerpo. No es extraño oír en los bares o restaurantes eso de “bueno, voy a probar a ver si me gusta” o “a ver cómo me sienta”.

A los hombres solo nos iguala la descendencia del mono y la inteligencia, en todo lo demás somos una discrepancia histórica. Nos hacemos diferenciar por la raza, la geografía, el idioma, la posición social, la cultura… Y, cómo no, ante la forma y el gusto por alimentarnos y disfrutar del bocado.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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