Variaciones sobre el lujo

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Lujo es un término difuso: se aplica a un amplio y muy diverso número de objetos caros y también a determinados momentos y sensaciones vitales. En los últimos tiempos el lujo se tiene como lo especial, algo privativo del rico, el caprichoso, el estrafalario o el diferente. Vamos, aquello que no está al alcance de la mayoría: una mansión deslumbrante, la joya única, el vestido de alta costura…

Lujo es también ese tomate recién arrancado del huerto rural, partido por la mitad y regado con una pizca de sal, que revive al fatigado tras la caminata bajo el sol. Es, además, ese olor que nos acerca a aquel momento de ocasional felicidad y placer intenso.

Lujo es notar el corazón inundado por la naturaleza vibrante y disfrutar de su jugo; es lo contrario del artificio, lo caro, lo exclusivo y lo mitificado por la garra avariciosa del poderoso que lo atrapa. El lujo identificado con las grandes marcas o la lujuria de la joya, es solo la manera grosera y epatante con que los ricos y caprichosos pretenden diferenciarse de la mayoría que ríe, disfruta y se emociona con la flor que le regalan por su cumpleaños o el cochecito de latón que trajeron los reyes magos al niño de la aldea.

Los jóvenes de ahora se acercan a ese concepto del lujo de lo sencillo. En cierta forma se aproximan a la percepción andaluza, y antes musulmana, del lujo. “Aquí junto a una caña de cerveza fresquita, estoy de lujo” o “Ayer en la comida con toda la familia lo pasamos de lujo”, se dice en el Sur.

Porque lujo es también recuperar, celebrando, aquel instante de placer que se te quedó tatuado para siempre en la memoria: el golpe de mar que te taladró los ojos al salir del túnel ferroviario; aquel salmonete  servido en un chiringuito, tan inestable como un nido de tórtola, de Carboneras; el erizo de mar del restaurante en la calle de Cudillero que te transformó en la sal marina más delicada; hallar el olor milenario del aceite de oliva temprano – que rasca como la uña que acaricia – en la botella azul de la cooperativa oleícola de Villacarrillo; descubrir el verdor marino de unos ojos enamorados en la mujer que tienes al lado cuarenta años después

El lujo te espera siempre medio escondido en las colenas de lo más sencillo y corriente. No es nada extraordinario ni está vedado para la mayoría como se nos insiste. Es la sacudida que te rescata de la mediocridad y la rutina, te eleva como ser humano y te hace hermoso por dentro.

 

Aquello que nos hace dichosos

 

El lujo que se concreta en una cena de alto copete, o Michelin, es efímero en ocasiones y puede resultar banal. Es normal, por ejemplo, que aquella mujer que haya adquirido un Valentino exclusivo desespere a diario por tener varios más. El lujo como manera de ostentación, apariencia o posición social desazona y casi siempre se convierte en adicción invencible.

Lujo es tener la capacidad (y la suerte) de notar la caricia del entorno: unas manos, un paisaje, una música, el bocado a una manzana… y el calor de las personas que te importan. En ese estado, un arroz con leche preparado con el mimo y el tiempo de mi amiga Teresa hace olvidar cualquier lata de beluga.

Esta nota no quiere ser menosprecio o torpeza paleta del valor que atesora el arte y la belleza que inunda las innumerables formas en que se manifiesta el lujo exigido (o decidido) para el adinerado. Solo pretende destacar que éste no tiene la exclusiva del baño de satisfacción que se da por ser poderoso o refinado: cualquiera puede sentir y vivir su tiempo lujoso, basta con que encuentre o perciba aquello que le hace único y dichoso aunque sólo sea por un momento.

Hace unos días, en un caserío vizcaíno desde el que veía el mar, y acariciados por el sol de invierno, un chipirón de potera y una botella de chacolí de la casa fueron suficientes para regalarnos un lujo imposible de medir en dinero.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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