Una breva por Semana Santa

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

En ocasiones nuestra cabeza sueña por su cuenta estando (o eso creemos) bien despiertos. Este es un episodio bastante descrito por la psiquiatría. No es nada raro y mucho menos perjudicial o maligno. Es habitual que notemos la frescura del agua en nuestras manos al resguardarlas del frío en los bolsillos, y que al saborear, pongamos que un dulce, nuestro cerebro nos replique el paladeo de una fruta extremadamente jugosa.

Uno de estos curiosos episodios me acaba de ocurrir en el momento que abro el blog para escribir sobre su arrogante blancura la nota semanal de la buena digestión. Pretendo dar unas vueltas a la memoria cabalgando a lomos de los pestiños que disfrutamos en esta época de morada pasión católica, pero en la boca, inundando de repente todas sus papilas gustativas, se me ha instalado el dulce, pulposo, fresco, granulado, livianamente almibarado y manejable sabor de la breva: exactamente de la breva de la higuera gigante junto a la fuente.

¿Cómo es posible que el sustento de Ulises, ese bocado humilde con el que el pobre inauguraba los veranos abiertos al sudor y la siesta, me haya secuestrado el paladar cuando la intención de mi pensamiento caminaba por el recuerdo de pestiños y buñuelos; torrijas y roscos fritos; flores manchegas y sus primas extremeñas tan endomingadas y lustrosas?

Puedo pensar que es la fuerza del azúcar regateando con mi memoria, o acaso mis lejanas lecturas de Columela,  quienes se interponen de repente entre los saltos neuronales ya no tan ágiles. No lo sé, ni me esforzaré demasiado en averiguarlo. Lo mejor será continuar saboreando la breva y observar cómo se conduce el bolígrafo en mi mano mientras tanto.

Porque he de anticipar que no soy muy dado a comer los frutos de la higuera. Si apuro en mi memoria, diré que me quedo solo con el pan de higo que se hacía -y devoraba- en casa de mis abuelos; ese que almacenaba tesoros de almendras partidas y el olor a agua de hinojos que te abría la nariz al horizonte como si quisieras atrapar con tus pequeños belfos todas las fragancias del mundo.  Además, ahora no hay brevas, no es su tiempo. O sí. Si nos lo proponemos las encontramos, a precio de restaurante Michelin, claro.

¿Pero qué brevas? De otros hemisferios, de otros injertos, de otro color y tamaño; de granulación más gruesa y sabor a talco. Los mediterráneos que venimos de antiguo, estamos reñidos con la fruta que, habiendo nacido en nuestras vegas y solanas,  otros lograron recrear fuera. Esa breva acaso será elogiada por nuestros hijos y seguro que la valorarán bastante nuestros nietos, pues nunca llegarán a distinguir la higuera que se cultiva en Chile de la que nace espontánea en Corfú. Y, además, les importará un bledo todo esto.

 

No quedará memoria

 

Claro que el sobrevenido chisporroteo neuronal nunca me va a engañar si fijo la memoria en ese manjar frito que en Villaviciosa de Córdoba llaman buñuelo (o guñuelo). Es enorme. Como suela trasparente de titán. Finísima sábana de “harina especial”, enlazada en su centro por un pellizco de la buñolera, que el aceite de oliva virgen hirviendo no podrá deshacer a golpes de calor arrebatados y fuertes.

Claro que la buñolera, tan humilde, cree que el secreto de su obra está en el calor que desprenden sus manos y el sobeteo al que somete los “pellizcos” de masa que transforma en sábanas de harina crujiente frita y luego regada con miel de brezo castrada en colmenas de corcho.

Es casi seguro que estos buñuelos se perderán. Otra especie más que tragará el cambio tecnológico a cuyo lomo cabalga el hombre moderno muy a gusto. Deberíamos protegerlos como procuran con la simiente de miles de plantas y granos algunos hombres honorables y sabios. Porque puede que muy pronto no quede memoria que recuerde con todos sus matices el sabor de la breva de la higuera junto a la fuente. Ni el placer de un bocado, casi etéreo y meloso, de ese buñuelo tan enorme que creó la mujer de las manos más templadas del mundo.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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