
Tenemos un gobierno hiperactivo. Hemos pasado de la abulia de Rajoy y su equipo a un ejecutivo de aceleración. Nos atropellan las noticias de La Moncloa y sus Ministerios. Lo abarcan todo. Lo sustancial y lo complementario llegan con la intensidad del disparo. Parece que les faltaran días para realizar todo lo que llevan dentro, o que la urgencia política y social fueran tales que pareciera un crimen perder un minuto.
Nos encontramos con llamaradas de titulares que parecen globos sonda para tantear el terreno: si son bien acogidos, se continúa adelante, o se silencia la iniciativa si el rechazo público es grande. Otros anuncios sí están más de acuerdo con las necesidades reales del momento: Cataluña, que Bruselas relaje sus exigencias de déficit o la reforma urgente de la parte más grosera de la legislación laboral. Y muchos otros que, aún estando en el ideario socialista, podrían esperar, como es el caso de la modificación de la Lomce, que levanta a los propietarios de las escuelas católicas concertadas. En fin, han echado a volar demasiadas iniciativas que dan tantas pistas y ventaja al adversario político que puede rearmarse con facilidad y torpedearlas.
Da la impresión de que no se jerarquiza el mensaje de manera suficiente y se menosprecia ese factor tan decisivo en política llamado tiempo. Parece que todas las políticas salieran de una enorme lista de prioridades elaborada con antelación a la Moción de Censura con la intención de sorprender al electorado, dejar sin discurso al amigo de Podemos y poner contra la pared de su impotencia a Ciudadanos y de su iniquidad al PP.
Porque al partido morado le arrebatan las flores de su discurso izquierdista de salón y anulan su cabalgada para la recuperación de la memoria histórica y los “olvidos culpables” de la Transición. Habla de todo esto, la determinación de mudar los restos de Franco y hacerse cargo, con fondos estatales, de la recuperación de restos de los asesinados en las cunetas. Ciudadanos continúa grogui sobre la lona desde la censura parlamentaria y el PP ha iniciado un vía crucis que nadie sabe cuantos misterios (y azotes) tendrá.
Atropello de iniciativas
Pero la hiperactividad no es buena cosa aunque sus protagonistas estén repletos de nobles propósitos y dispongan de las herramientas adecuadas para acometerlos. Al hiperactivo lo enreda casi siempre la desorganización y tiene problemas para iniciar y concluir los proyectos. Le llueven dificultades para concentrarse y la probabilidad de que olvide lo prometido es alta al estar dominado por la ansiedad y las carreras que ésta le exige para mantenerse bien nutrida.
Esta desazón será cosa del nuevo tiempo político que dirige al mundo a golpe de tuit y fuerza a los gobiernos y las bolsas a ascender o derrumbarse sin necesidad de comprobar las causas. Pero por fuerza (la gravedad aún no está abolida) todo tiende a decantar tarde o temprano. Porque el discurso inicial de Pedro Sánchez quedó claro: echar a un presidente del Gobierno incapaz de zafarse de la corrupción aspirando luego a la decencia; restañar las heridas más lacerantes de la crisis y los recortes sociales e intentar recuperar el diálogo con la Cataluña secesionista.
Pero ahora un manglar de anuncios pudiera terminar confundiendo todo. Convendría recuperar un cierto sosiego y explicar con mayor largueza y detalle las razones de aquello que intentan poner en marcha o aprobar. Venimos de un gobierno que nunca sintió la necesidad explicar por qué imponía las políticas que llevaba al BOE. Es necesaria mayor información y menos atropello de iniciativas.