Noches de fuego en las viñas

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

En la madruga del viernes 28 de abril, los viñedos entorno a Falset (Priorat) parecían arder mientras todo se helaba a bajo cero. Algunos agricultores no se resignaban a perder la cosecha (“perder un año es perder un año, eh”) estuviera asegurada o no. El día anterior, ante la previsión de unas temperaturas nocturnas de hasta 3 y 4 grados bajo cero, habían hecho acopio de sarmientos, retamas y “rayos encendidos” distribuyéndolos en notables montoneras sobre diferentes puntos del viñedo. En especial en las zonas más bajas del terreno: hoyas, pequeñas hondonadas, navizas o lugares húmedos y umbríos. Poco antes de las cinco de la mañana, cuando todo era un manto de frío a menos tres grados bajo cero, aquellas hileras tan perfectas de merlot y garnacha, tan adelantadas, de repente se convirtieron en la nit del foc hasta bien entrada la amanecida.

El sábado 29 el cielo amaneció tordo, aunque se fue despojando de la capota poco a poco. A la hora de la comida, propietarios y mozos, se preguntaban si habrían podido detener la embestida del frío. Se marcharon a sus casas hasta el lunes, pues habían anunciado que el mercurio dejaba de ser una amenaza. Pero el Puxeu no dejó de repasar los termómetros distribuidos por la viña -mecha en mano- durante toda la noche del sábado al domingo, por si acaso. La mañana del lunes, luminosa y con briznas de viento tibio, anunció que el daño era mínimo. Los racimos bebés tan expuestos vivían.

No había sucedido lo mismo en otras zonas vinícolas de España. Y no digamos en los viñedos de grandes extensiones de la Europa fría y húmeda. Dicen que en Borgoña se agotaron las reservas de mechas y parafinas en el intento desesperado de amparar los magníficos retoños de pinot noir y chardonnay. Los parrales gallegos amanecieron al mes de mayo con el incipiente fruto ennegrecido y mustio: muerto. Piden ayudas a la Xunta, a Madrid, a Bruselas y hasta al lucero del alba.

Las heladas también quebraron a El Bierzo. Desde el castillo templario de Ponferrada se pudo ver la dimensión de la “escarcha polaca” sobre su inmenso valle prediluviano, hijo de volcanes y una de las comarcas más hermosas de España. Lloran también La Rioja alta y media. Pero los viejos bodegueros en España pujetean para adentro (dolor de cartera y corazón confundidos) y en los confines más ocultos de las bodegas (¿cómo harán para atender los pedidos confirmados?). En la Ribera del Duero alta: Burgos, Soria, hubo automovilistas noctivagos que observaron en la madrugada ventiladores de calor desperdigados por los majuelos.

Sí, la España de los agricultores del vino (y la fruta y la huerta ahora tan tiernas e indefensas) sufrieron al máximo esas noches de lobos y heladas terrizas que hicieron saltar a los Puxeu más genuinos de sus lumbres y las camas para defender al indefenso de un criminal tan inesperado.

Hoy no imaginamos a los robots abrazados a las plantas para protegerlas con su calor y defendiendo el terruño de las ofensas de la naturaleza. Pero deberíamos suponer que ello pudiera (y acaso debiera) ocurrir no muy tarde. Al cabo el hombre hace siglos que se esmera en deshacer la quimera de que la máquina llegue a pensar, se emocione e incluso sueñe. Sería algo así como culminar su paso por la tierra: ser igual a Dios, edificar criaturas.

Pensemos que eso llegara a ocurrir, que incluso el hombre sea casi todo una máquina “limpia de las impurezas” que son las pasiones y emociones que animan al teatro desde siempre e incendian la poesía para la eternidad. Pues bien, ese hombre tan diferente y novísimo (que será propietario, off course) no asegurará jamás sus campos y cosechas. Nunca lo hará. En esto será como el agricultor del momento, incluso el más potentado: gran chimenea, coches desproporcionados, tractores enormes y vacaciones en las Seychelles. Jamás asegurará la cosecha porque el seguro también entonces será muy caro.

Alguien debería obligarles. O quizás se emplee en ello ya el mercado. Porque no hay Estado que sea capaz de pagar tanta zona catastrófica.

A PAULA NEVADO, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo.

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