Humos que matan

Humos que matan
Fotografía: Humos que matan
Humos que matan
Humos que matan

Asistimos con creciente alarma a demasiados engaños (fraudes) en el control (descontrol) de gases emitidos por la millonada de automóviles que ruedan por el mundo. El primer gran campanazo lo protagonizó Volkswagen. Unos jóvenes americanos, al realizar una investigación pagada por una universidad de California, descubrieron el pastel. Determinados modelos y series del gigante alemán (el primer fabricante del mundo entonces) estaban trucados en «su vientre electrónico» de tal manera que las inspecciones rutinarias no detectaban la gran cantidad de gases que emitían, muy por encima de lo permitido.

El ruido sonó en todo el mundo pero de inmediato llegaron legiones de abogados para sofocar las llamas más vivas y los gobiernos poniendo sordina pues, ¡cómo vamos a disparar contra el gigante en plena crisis de empleo! Volvió la tranquilidad hasta el punto de que nadie indagó -ni apareció siquiera publicado un informe tentativo- en los efectos que puede haber tenido para la salud de millones de personas tantos años de coches en aluvión con tubos de escape sin control.

Luego asomaron las enseñas de Renault y Citroën tiznadas también. Y la semana pasada fue Mitsubishi la que cantó la gallina y el gobierno alemán quien puso el ventilador. O sea, que gran parte de los fabricantes de automóviles del mundo nos han estado tangando y algo aún más fiero: haciéndonos tragar millones de micropartículas de diésel que se cuelan directas a la sangre como concertinas microscópicas.

Las marcas son intocables, sus empleos sagrados. ¿Y el ciudadano corriente que se mueve por las grandes ciudades del mundo cómo lo denominamos? ¿Paria? ¿Recurso intoxicado? Nadie parece ocuparse de él, porque hasta ciudades enormes tenemos en el mundo que arrancan los medidores de contaminación de las zonas conflictivas para replantarlos en placenteras áreas verdes (¿verdad Ana Botella?).

Pero este pasotismo culpable no debería durar demasiado tiempo. Los gobiernos tienen en sus despachos radiografías exactas del desastre y las alternativas normativas y técnicas adecuadas para iniciar el camino que cambie el rumbo de tanta asfixia. Europa no puede estar más tiempo (en ocho años no ha cambiado nada sustancial en esta materia) sin implantar normas y controles más severos y efectivos.

No todo debe girar en torno al interés de unos frente al smog de la mayoría. Existen ciudades literalmente asfixiadas a las que a diario acuden miles de personas en busca de cobijo y sustento. O se empieza a controlar en serio las emisiones más dañinas o muy pronto matarán más los gases del automóvil que sus propios accidentes. El problema es tan increíble que aplicando con rigor la normativa europea en la materia ninguna ITV del continente puede probar estos fraudes. ¿Habrá más? Al parecer, tendrá que ser una delación o una investigación aleatoria la que nos alerte.

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