En esto de comer y beber los hay muy ansias, o demasiado ganosos como dicen en Jaén. Así que cuando los primeros rayos de sol abrileño juguetean sobre nuestros ojos somnolientos, ya estamos deseosos de hartarnos de cerezas, disfrutar del albaricoque jugoso, aunque sea haciendo este de jefe de filas de una ensalada de burratrina y jamón de pato, llenar buenos cuencos de esos balines tan tiernos que llamamos guisantes, que pasamos por la sartén acompañando a un huevo con tomate, o acudir al mercado y acarrear un buen papelón de boquerones terciaditos, de carne prieta y ojillos brillantes.
Pero deberíamos contenernos, aún son escasos los manjares de estos sueños tempranos que llegan al mercado, además son caros y puede que vengan de más allá de Kuala Lumpur. Todavía podemos disfrutar de los cítricos (¡ay esas naranjas de Palma del Rio!), de las cajas de fresas y fresón de intenso color a tesoro grana y la pera de agua tardía, hija de los bosques rectilíneos del Ebro. El pescado de roca aguanta aún terso y acuiculturas existen que fabrican corvinas que hasta llegas a creértelas.
Ya sé que nuestros aguacates del sur: Motril, Almuñécar, Torrox… se sueñan estos días, pero esperemos a mayo, conformémonos ahora con las habas tiernas disfrutadas de todas las formas, o confitadas con alcachofas y yerbabuena, y olvidemos por unas semanas la ciruela Claudia, pues muy pronto la convertiremos en néctar ligero y áurico en nuestra boca.
El olor de la primavera tiene estos efectos, que nos altera los jugos gástricos tanto como la sangre y sus mil desenfrenos. Es cierto que a estas alturas estamos un poco cansados de los verdes profundos del invierno: espinacas, acelgas, repollos, grelos… Nos pesan las rutinas de los arroces y las energéticas leguminosas, pero a nuestro bolsillo le conviene esperar unos días porque quién sabe si hasta puede ocurrir que nos ayude en este empeño ese tiempo loco que nos viene trastornando últimamente. Porque, ¿quién nos asegura que tras el invierno tropical por el que hemos transitado no nos atropella, también, un abril polar?
Así pues, continuemos dándole al kiwi de las antípodas que, aún siendo el campeón de las cámaras frigoríficas, continúa dando el queo todavía al personal. Parloteemos por las mañanas con el pacífico y entrañable plátano (canario a ser posible) y démosle a la fresa sin compasión. Tres kilos a tres euros de besitos rojos sin golpes y tan firmes como el culo de una gimnasta. Y si a pesar de todo aún creemos que debemos variar ingestas, tiremos de la piña de Costa Rica o atrevámonos a engolosinarnos con los últimos caquis de la temporada, esa fruta tan deliciosa como tosca.
Y por las mañanitas, en ese mínimo y preciso lapso de tiempo en que el despertador está a punto de martillear nuestras meninges, pero aún no nos golpea, y ese rayo de luz que pugna por rasgar el toldo del amanecer no alcanza a dibujarse sobre nuestros parpados, en ese preciso nanosegundo que somos una encrucijada de sensaciones es el momento de soñar con una buena almorzada de cerezas que llevaremos – dulces y carnosas – hasta nuestra boca; luego un lomo de ternera blanquísimo, y de Sanabria, bendecido por una salsa de ciruelas rojísimas y, finalmente de postre, una crema de chocolate blanco inyectado en ácido de arándanos.
Todo lo anterior no impedirá que el despertador cumpla su función de atronar, pero su martilleo contra nuestra cabeza resultará menos doloroso.
TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.